Se estrenó en Madrid en 2015 y ahora llega a Donostia. Es hija de la adaptación musical londinense que se hizo de la conocida película. Personajes divertidos, un vestuario espectacular y una buena selección musical. Tiene que funcionar. El público suele ir ya convencido a este tipo de eventos. Ayer había grupos -de mujeres en su mayoría- que esperaban que se abriera el telón con patente ilusión. Somos de provincias y no tenemos la suerte de disfrutar de un amplio surtido de musicales como en la capital. Hay que aprovechar. Con el despliegue de medios y actores que se necesitan, hace falta llenar el teatro y a un precio considerable. Y así estaba, hasta arriba. Literalmente, porque en los palcos de más arriba estaba la gente animando y bailando. En cuanto se levantó el telón pudimos comprobar que el espectáculo estaba a la altura de las expectativas en despliegue de medios.

Tres cantantes colgadas del techo, con vestido plateado, sobrevolando el escenario mientras empezaban a tope con It’s Rainning Men. El musical parecía diseñado al milímetro para dejar al público satisfecho. Montones de actores bailando y cantando, cambios constantes de vestuario, un atrezo estupendo. Tanto estaba pensado para contentar que quizá se imponía a sí mismo algunas limitaciones. Quizá fue demasiado blanco, por ejemplo con el célebre número de la oriental con las pelotas de ping pong, que aquí fue más lúdico y naif de lo que debiera aunque la intérprete, la hongkonesa Etheria Chan, tenía una mala leche estupenda. Estaba claro que era una obra blanquita y dispuesta para contentar a todos los públicos, para bien y para mal.

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Las claves de la película no faltaron. Por supuesto el autobús, que giraba en el escenario para ofrecernos por un lado el exterior (cuando viajaba hacia la izquierda, Go West) y en el otro sentido, el glamuroso interior en el que podíamos atender a las discusiones del trío protagonista. No faltó tampoco la conocida imagen del vestido al viento en el techo del autobús, que aquí se solucionó de manera razonable con un movimiento artificial de la tela. Toda la representación de escenarios era uno de los mejores puntos de la obra que conseguía transmitir con precisión el contexto de la narración, sin tener mucho que envidiar a la película. Un poco de uralita y unos bidones viejos eran suficiente para construir un escenario rural perdido en el desierto australiano. Los cambios eran fugaces y a veces imperceptibles, como cuando desapareció la pintada en el autobús sin que algunos nos diéramos cuenta. Tanto como los cambios de maquillaje y vestuario que suponían un verdadero reto.

Buenos intérpretes

Los tres protagonistas, las tres Drags, conseguían ser simpáticas sin caer en lo cargante que puede ser una exageración de este tipo de personaje. Armando Pita, que desde hace pocos meses ha tomado las riendas del personaje de Bernadette, la transexual madurita, que en la película era interpretado por Terence Stamp, consigue una interpretación medidamente afectada y divertida. Encaja perfectamente en su pelea continua con la joven y atlética Drag, que hace versiones de Madonna, interpretada con mucha insolente frescura por Christian Escuredo (en la película, Guy Perce). El peso dramático y más protagonista se lo queda Jaime Zatarain que hace una interpretación más amable, menos histriónica y se encarga, con buen pulso, de la parte más emocional. Este sería el equivalente de Hugo Weaving en la película.

Los secundarios están muy a la altura, con especial mención para esa camarera zafia y primaria con unas tetas descomunales que bailan al ritmo, interpretada por una divertida Cristina Rueda. La citada Etheria Chan, derrochando energía negativa. Y Albert Mountanyola, el simpático mecánico que se une al grupo, y que derrocha buen rollo.

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A nivel musical todos funcionaban muy bien. Algunas de las canciones estaban en inglés y otras se habían traducido, lo que es útil para la narración pero no deja de sonar un poco a doblaje Disney. Buenas puestas en escena, con especial mención a la actuación en el Casino, con los personajes -que no los actores- cambiándose de ropa a una velocidad imposible.

Personalmente, me faltó un buena traca final. Tal y como avanzaba la obra, esperaba un número de final lleno de color y espectáculo y no lo encontré. Ese fue para mí el punto más negativo de una producción que demostró su músculo durante dos horas y veinte, con un ritmo impecable y un buen conjunto de profesionales.