Reseña de El autor
Cuatro años después de Canibal, Manuel Martín Cuenca vuelve a sección oficial con El autor, una película radicalmente distinta a aquella en tono, aunque no tanto en fondo y forma. Basada en una novela corta de Javier Cercas, El autor está protagonizada por Alvaro (Javier Gutiérrez) , un aspirante a novelista serio, celoso del éxito de su mujer (María León), autora de un best-seller, e incapaz de sentir inspiración. Por eso recurre a copiar la vida de sus vecinos forzando situaciones y conflictos que hagan avanzar su novela. Sin querer ver que copiar, no es crear.
Viendo El autor vienen a la cabeza títulos como Adaptation de Spike Jonze o La Casa de François Ozon, eso si, mezclados con un poco de 13 Rue del Percebe o, como dice Iñaki, con La que se avecina. Es por eso que decía que El autor es radicalmente distinta en tono a Canibal: por sus tramos, sobre todo los iniciales, directamente cómicos, frente a la solemnidad de entonces. Es cierto, por otro lado, que la película evoluciona de la comedia al thriller, pero nunca pierde de vista totalmente el humor. Sin embargo, las dos películas están unidas en el carácter psicópata de sus protagonistas, aislados del mundo por su falta de empatía y sus obsesiones. También en cierta sobriedad visual y una puesta en escena calmada,tranquila, incluso en los momentos de más tensión.
La casa del protagonista, blanca y vacía como su imaginación y su vida, contrasta con las casas abigarradas de recuerdos y muebles de sus vecinos y es mientras se mantiene dentro de esos límites, los del edificio y las vidas de los vecinos, cuando la película alcanza sus momentos más álgidos, sobre todo en sus dos primeros tercios. Cuando la película plantea ideas sobre el proceso creativo, el arte menor y el elevado, la inspiración, la autenticidad… la parte del thriller es correcta, pero como ya avisa el profesor en la propia película, también es más tópica. Fuera del edificio, la historia matrimonial de él sólo sirve para otorgarle un extra de motivación que a mi juicio no era necesario, y el cursillo cumple con la función de explicar el proceso creativo que, por otra parte, estamos viendo. Eso si, nos permite disfrutar de un gran Antonio de la Torre que tiene un par de escenas memorables. También es destacable el trabajo de Javier Gutierrez en el papel protagonista. Tan solvente en sus momentos de pobre diablo, como en los de manipulador cizañero que, poco a poco, se va volviendo adicto al poder. Por momentos me hizo pensar en Anthony Hopkins en El Silencio de los corderos, sobre todo en la última escena. No sería de extrañar que su nombre sonase con fuerza en la temporada de premios.
No puedo obviar el uso de la música. Desde los títulos de crédito con Perales cantando, la música, más que ambientar o apoyar la narración, desconcierta. Es quizá la única pega que le pongo a un trabajo de dirección con decisiones muy acertadas como la mirada y la luz que refuerzan el patetismo de los personajes o el juego de sombras en el patio interior.
Manuel Martín Cuenca se confirma como una voz muy personal de nuestro cine. Capaz de recorrer el tramo que va del horror a la comedia sin perder su propia voz, su estilo. Con un talento que le permite conectar historias estrambóticas y exageradas con la realidad más mundana. Como diría el personaje de Antonio de la Torre, un autor que pone los huevos sobre la mesa.