Dantza es la última película del director vasco Telmo Esnal (Aupa Etxebeste!) que ha sido seleccionada en la Sección Oficial como proyección especial de esta edición número 66 del Zinemaldia. Es un proyecto que surgió debido al interés del director por la danza tradicional vasca, consecuencia de haber sido bailarín hasta los 28 años, tal y como el propio Esnal nos cuenta en la entrevista que nos ha concedido en El Contraplano.
Entrevista a Telmo Esnal, el dantzari cineasta.
22/09/2018 - Sandra RozasEntrevista a Telmo Esnal, director de la película Leer más
Aunque el ciclo de la vida es un tema relativamente recurrente en el arte, y en concreto en el cine, Dantza consigue sorprender por su propuesta concreta que aúna danza y cine con una narrativa no convencional. Dantza es un canto a la vida, al diálogo entre el ser humano y la naturaleza, impregnado de una reivindicación por la tradición y utilizando el baile como lenguaje. En concreto, tal y como nos cuenta su director, las localizaciones, que eran muy importantes para contar la historia, son sitas en el País Vasco, el tipo de danza elegido es la euskaldantza (danza tradicional del País Vasco) y las tradiciones que reivindica son las vascas. Y, a pesar de todo ello, es una historia con proyección universal.
Dantza no es un musical, no utiliza el baile y las canciones como instrumento donde apoyar la trama. Es una consecución de números de baile, a modo de antología, que son perfectamente autónomos los unos de los otros. La estructura capitular no es óbice para observar un hilo conductor, el ciclo de la vida, que una a todos ellos, que a pesar de su autonomía adquieren coherencia por su orden cronológico.
El lenguaje de la danza ha sido elegido por Telmo Esnal porque siempre creyó que se podía hacer algo en cine con la disciplina que él practicó durante años. Sus coreografías, preexistentes a la película, han sido traídas a colación de la misma variando elementos pero siempre respetando la base tradicional. El recurso de la euskaldantza es perfectamente coherente, tal y como ya hemos comentado, con el resto de elementos de la película, pero las coreografías resultan, en varias ocasiones del metraje, frías, y los gestos hieráticos casi perennes de los bailarines no ayudan a transmitir las emociones que propone la película.
Sin embargo, la banda sonora y el trabajo de sonido sí lo hacen. Junto con una fotografía cuidada y una dirección y montaje notables, consiguen sostener la película hasta el último tercio. La primera parte tiene una narrativa casi onírica que, salvo excepciones (en el número que se representa la floración es inevitable que el vestuario elegido no ayude), funciona. Sin embargo, en el último tercio, cuando pasa a una narrativa realista, padece especialmente esa falta de capacidad para transmitir, quizá porque parte del peso recae en la interpretación de algunos de los bailarines, aunque tampoco ayudan determinadas decisiones técnicas (como la forma en la que están rodadas escenas de los «protagonistas» colindantes a la plaza del pueblo). La escena del granero posterior da un empuje a la película, pero las tres escenas sucesivas finales de celebración no aportan nada narrativamente hablando, y no hacen más que resultar reiterativas y hacer que el final de la película se estire en exceso.
Dantza tiene muchos aciertos, pero quizá el peor de los defectos para lo que precisamente quiere transmitir: No emociona. Se propone representar el ciclo de la vida mediante la danza, premisa treméndamente interesante, pero ¿concebimos un baile que no trasmita emociones? ¿podemos vivir sin sentir emociones?