Reseña de Climax, de Gaspar Noe
A Gaspar Noé le gusta provocar. El problema que tiene es que eso lo sabe todo el mundo y así le resulta más difícil provocar. Quizá por eso hay veces que pone tanto esfuerzo en la provocación que se olvida de darle un contenido, como en la nadería que fue su anterior película, Love. Porque no es lo mismo que la provocación envuelva una película que cuando ocurre al revés. Lo primero puede ser refrescante y transgresor. Lo segundo, a estas alturas, resulta trasnochado. Climax es una película estimulante, provocadora, sudorosa, carnal, incómoda, alucinógena y visceral. Un viaje lleno de color, música y diversión malsana hacia los infiernos. Todo eso bajo una bandera de Francia y presumiendo de ello: “una película francesa y orgullosa de serlo” dicen los rótulos al empezar. Un libro de ruta para que entendamos lo que vamos a ver a continuación. O no. Quizá sólo sea otra broma de Gaspar Noé, otro juego de los suyos, otra provocación más. Pero aquí hemos venido a jugar.
Climax, con un anuncio de que está basada en hechos reales -a lo Fargo– sitúa la acción en 1996 y comienza con un plano cenital grabado desde un dron en el que vemos a una mujer desplomándose en un campo nevado y retorciéndose después manchando el manto blanco de sangre. Tras eso, una serie de entrevistas en vídeo en lo que parece ser el casting de acceso a una compañía baile que va a girar por Europa y Estados Unidos. Es un grupo ecléctico hablando sobre sus estilos de vida y maneras de entender el baile. También sobre drogas, sexo, fiestas, miedos, prejuicios y sueños. Vemos las entrevistas en la pantalla de una televisión (de las de antes, de las de 4:3 y tubo) y a los lados del aparato se apilan una serie de libros y VHS que dan una idea de las influencias del director francés: Metamorfosis de Kafka, Historia del ojo de Geoges Bataille, estudios sobre Fritz Lang y Murnau, Salò, o los 120 Días de Sodoma, Possession, Suspiria, Un perro andaluz… pistas sobre el devenir de los personajes, el anuncio previo de varios homenajes que podremos ver en la película.
Justo después llega la que, sin duda, es la mejor escena de la película. Un espectacular número de baile grabado en una sola toma. Una coreografía muy física, muy urbana, con la cámara en modo acrobático, subiendo, bajando, girando sobre todos sus ejes, acompañando y mostrándolo todo, perfectamente sincronizada con el baile. La pasión, la energía, la felicidad, el hambre, la ilusión… la juventud. Quizá por eso la película se ambienta en 1996, quizá para hablar del presente tenemos que entender quienes eran, éramos, los jóvenes de entonces.
A partir de ese punto las cosas empiezan a torcerse en una pesadilla alucinógena provocada por el alcohol y las drogas. Gaspar Noé, juguetón, recurre a elementos habituales en su cine: tomas larguísimas finalizadas con abruptos cortes en negro, rótulos de cuidada tipografía, importancia de la música, planos de seguimiento por pasillos sombríos, momentos de ternura que sirven como catarsis antes de un trágico y violento desenlace. Detrás de todo esto una de las obsesiones recurrentes del director, la difícil lucha por dominar los instintos físicos y primarios por parte del ser humano. Una lucha, una derrota, plasmada en la pantalla a través del baile y no a través de unicamente el sexo como en anteriores ocasiones. La coreografía colectiva se va transformando en bailes individuales, incluso las discusiones y peleas tienen algo de coreografía. El baile contemporáneo como vehículo de expresión. Climax como un lujurioso y desenfrenado musical teñido de fealdad, sangre y autodestrucción.
Poco a poco la película se va deslizando por una pendiente hacia el infierno y los excesos. Un viaje que se alarga demasiado en su parte final y que, curiosamente, tiene dificultades para alcanzar el clímax. Eso si, la mayor parte de su recorrido resulta frenético y magnético. La locura, la violencia y el egoísmo se van apropiando de todos, pero la fiesta nunca para, la música –M/A/R/R/S, Aphex Twin, Daft Punk, Dopplereffekt y Cerrone entre otros mezclados por DJ francés Kiddy Smile– nunca deja de sonar. Como la vida misma. Sobre una gran bandera de fondo y salpicado de frases filosóficas, habrá discusiones a gritos, linchamientos sin pruebas, palizas, agresiones sexuales, mujeres tratadas como pedazos de carne, niños como espectadores y víctimas del grotesco espectáculo y sobre todo la fiesta que no para, la música que no para, el baile que no para. Llega un momento en que todo da vueltas y todo se desorienta, lo que estaba abajo ahora aparece arriba y lo que estaba arriba ahora parece abajo. Y ya no sé si estoy hablando de Climax o de nuestra televisión y nuestros medios de comunicación. No importa. Que la fiesta no pare.