Iñaki Ortiz GascónMe diréis que The Host es el terror de siempre. En parte tenéis razón. Una sesión de espiritismo que se va de madre, objetos que flotan, pisadas en la harina, apariciones repentinas a cámara, los sustos de toda la vida, que por otra parte, nunca dejan de funcionar. Me diréis que es oportunista, demasiado esclava de la actualidad. Si no es la primera película ambientada en el confinamiento, es la primera que se ha hecho famosa. Sí, ¿por qué no? Rob Savage ha estado rápido y le ha ido muy bien. Hablamos de un director que rodó su primer largo, Strings, a los 18 años y que tiene varios premios por sus cortos en festivales como Sundance. A Jason Blum no se le ha escapado y ya ha contratado a Savage para que haga tres películas con Blumhouse.
Me diréis que tampoco es la primera película que utiliza este formato. No lo es ni mucho menos si hablamos de found footage en general (el subgénero de moda del siglo XXI) pero ni siquiera lo es si nos ceñimos a las películas grabadas en la pantalla de un ordenador. Tenemos Open Windows o Eliminado (Unfriended), por ejemplo. Está claro que pensar que han inventado algo es haber visto poco cine de género en las dos últimas décadas. Pero fijémonos en las virtudes que sí tiene.
Seguramente el punto fuerte es la naturalidad reconocible. Quizá envejezca mal en la medida que se olvide este fatídico 2020, o quizá quede como uno de los retratos del momento. El hecho es que a día de hoy, toda la sala podía reconocer las pequeñas situaciones del confinamiento. La reunión de amigos con la copa en la mano. Las bromas sobre la tos. La sensación de estar comunicado pero solo y atrapado en casa. Los que no están solos sino obligados a convivir con la familia. La chica que se ha ido demasiado pronto a vivir con el novio. En poco tiempo empatizas y te crees todo lo que está pasando. Te identificas. Algo que, por ejemplo, no pasaba en un título que podría ser cercano a este, Paranormal Activity, donde la identificación con los personajes y la sensación de realidad era mucho menor. Es una película de sucesos paranormales, sí, pero en un contexto absolutamente reconocible. Quizá no haya nada tan identificable como una extraña excepción que hayamos vivido todos: el confinamiento. Además, se hace uso de todos los elementos tecnológicos disponibles, como los filtros o los fondos de Zoom. Cosas que reconocemos y que se usan de manera inteligente.
Utiliza todos los trucos ya conocidos, de acuerdo, pero lo hace muy bien. El viejo truco de la incredulidad. Ya se utilizaba en otra película de found footage, El último exorcismo. Y en tantas otras películas fantásticas. Te haces cómplice del público compartiendo su escepticismo, incluso bromea junto al espectador, para luego buscar una evolución en la que ese espectador acompañe a los personajes. Es lo de siempre pero muy bien ejecutado, con los ritmos muy bien medidos. Uno de los aciertos es su inusual duración: no llega a una hora. Si hubiera durado más habría hecho falta estirar el chicle y es donde muchas películas se desmoronan. Es exactamente lo que quiere ser, va directa al grano y no marea la perdiz más de lo necesario.
Los efectos especiales funcionan increíblemente bien. Ya he comentado antes que son los de siempre, las pisadas, la seminal sábana del fantasma, y todo lo que ya hemos visto antes. Pero aquí la clave es el encaje. Al tener un aspecto tan precario, realmente de videollamada, uno espera ver un trabajo amateur, algo que podríamos haber rodado cualquier de nosotros durante el confinamiento, cualquier vídeo ingenioso de gente con mucho tiempo libre. Sin embargo, el director te golpea con efectos especiales sorprendentemente creíbles, que requieren ya algo más de profesionalidad tras la cámara. Algo parecido a lo que hacía Josh Trank en Chronicle. Así se conjugan los dos grandes valores audiovisuales de Host: conseguir parecer amateur y demostrar no serlo. El resumen de todas estas virtudes es una sala de cine en la que se percibe la tensión y en la que más de uno salta en su butaca del susto, que es, en definitiva, de lo que se trataba.
