Reseña de Minari
Tengo un amigo que para valorar las películas suele usar las expresiones “es la mejor película que puede ser” o “es la película que quiere ser”. Me resulta gracioso, porque más allá de todas las pegas -que son muchas- que puedo poner a las dos frases, entiendo perfectamente el concepto que subyace en ellas cuando las dice. Viendo el otro día Minari, me acordé de las dos porque, sin dud,a no es la mejor película que puede ser, pero si que es la película que quiere ser.
Minari ha supuesto el pistoletazo de salida para el estreno de las películas nominadas a los Oscar en España. Una época que los cines, sedientos de estrenos con tirón mediático, estaban esperando como agua de mayo. Minari, sin reparto o director célebre, no se puede catalogar como película de tirón mediático; pero viene con seis nominaciones a los Oscar (película, dirección, guion, actor protagonista, actriz secundaria y banda sonora), otras seis a los Bafta, un Globo de Oro a mejor película en habla no inglesa (pervirtiendo un poco la categoría, porque es una película 100% americana), y el Gran Premio del Jurado y el del público en Sundance. Además, las críticas son positivas de manera casi unánime (un 88 en Metacritic) y con su estilo clásico será fácil que hasta los críticos más gruñones y malhumorados hagan comentarios positivos en sus columnas o intervenciones radiofónicas. Dicho de otra manera, es una película de la que se está hablando mucho y bien y cuya mayor pega para la taquilla podría ser que director y reparto son coreanos, pero desde Parásitos eso no es un problema sino todo lo contrario. Apostar a que el boca a boca impulsará esta película parece una apuesta segura.
¿Y por qué se habla tanto y tan bien de esta película? Seguramente porque hace bien todo lo que quiere hacer o, como diría mi amigo, es la película que quiere ser. Minari es la historia de una familia coreana, un matrimonio y sus dos hijos, que se fue de su país para progresar. Tras una época en California el marido decide que lo mejor que pueden hacer es ir a Arkansas y apostar por una plantación de productos coreanos. El cambio de ubicación y el riesgo de la apuesta crea tensiones en la familia, mientras tanto la abuela llega para ayudar con el cuidado de los hijos y establecerá una relación muy especial con el más pequeño. Con esos ingredientes se podría haber cocinado un plato amargo, que resaltase la dureza de las condiciones laborales, el racismo del entorno rural, la tensión entre generaciones, la fragilidad de las pequeñas explotaciones agrícolas… pero lo que cocina Lee Isaac Chung, director y guionista, es un plato dulce, suave, de fácil digestión y perfectamente presentado. Chung se ha basado en su propia vida y sus propios recuerdos, infantiles y seguramente dulcificados, para escribir un guion en el que el drama, que existe, nunca adquiere una carga demasiado pesada ni supone un giro brusco de los acontecimientos. También evita los excesos de sensiblería o el empalagamiento. Por ejemplo, durante una discusión entre el padre y la madre, los hijos escriben en unos folios “no discutáis”, hacen aviones de papel y se los lanzan a sus progenitores. Hay discusión, hay drama; pero la aparición infantil suaviza el momento y Chung, hábilmente, evita recrearse en lo de los aviones y rápidamente cambia a la siguiente escena. Así será toda la película, buscando el equilibrio entre los sabores amargos y dulces. Si se quiere gustar a todo el mundo hay que renunciar a los sabores extremos.
Minari es una película de corte clásico y puesta en escena fluida y luminosa a la que se le puede achacar cierta superficialidad a la hora de abordar los temas que trata; pero quizá ese sea más problema de las pretensiones del espectador que de la propia película. Seguramente esta sea una película que quiera contarnos una historia de manera amable, con la tranquilidad, e incluso la nostalgia, del que ya superó los problemas que está contando y dando a conocer una dura realidad, pero intentando no agobiar demasiado. Si es así, esta es la película que quiere ser. No la mejor que puede ser, eso sí, porque a esto juega muchísimo mejor Koreeda.