La anécdota es bastante conocida. Aparece en El cine según Hitchcock. Un crítico de Nueva York despreciando la admiración que algunos críticos europeos tenían por el maestro del suspense, le soltó a Turffaut que si le gustaba La ventana indiscreta se debía a que no conocía Greenwitch Village. El francés le respondió que esa película no trataba sobre una ciudad, trataba sobre el cine. “Y yo conozco el cine”. Sobre la ceguera del crítico anónimo neoyorkino no vamos a hablar ahora, aunque tened claro que esta actitud de desprecio al género sigue vigente entre gran parte de la crítica o la cinefilia en general. Lo que nos interesa en este momento es que La ventana indiscreta, con todos sus juegos, giros y entretenimiento para todos los públicos, tenía una idea de fondo muy poderosa: hablaba sobre el cine.
James Stewart era un espectador en todos los sentidos. Mataba su aburrimiento metiendo el hocico en las vidas de sus vecinos. Era un alter ego del verdadero espectador, al otro lado de la gran pantalla. Él encarnaba la intriga, el morbo, la curiosidad, la empatía y todas las emociones que iban surgiendo a partir de una más trivial: la pura necesidad de entretenimiento. Uno de los rasgos más característicos del ser humano es su condición de espectador. Mira, reflexiona, comprende, aprende, copia.
Joe Wright también copia en La mujer en la ventana. Y mucho. La referencia a Hitchcock es más que evidente y de hecho, al principio aparece La ventana indiscreta en la televisión. Pero si esta película huele a algo es a cine noventero de serie B. En primer lugar, se apoya en uno de los géneros más exitosos de los 90 y que más bodrios entrañables nos dejó: el thriller psicológico. Un género que bebía mucho de Hitchcock, apoyándose en el suspense y en giros que muchas veces tenían que ver con el aspecto cercano al psicoanálisis (otra de las películas que se ve en la televisión es Recuerda). Crimen, intriga y mucho que resolver en la propia cabeza. Y sobre todo, si Hitchcock ya despreciaba a los amantes de la verosimilitud (volvemos a citar el libro), lo que hicieron en los 90 fue rizar el rizo hasta límites del absurdo. Orgullosos del enredo imposible. La mujer en la ventana abraza toda la patraña argumental que puede. No le busquéis tres pies al gato, es todo un disparate y a nadie le importa, y al que menos, al guionista.
Después, casi al final, la película se vuelca con un estilo que popularizó Wes Craven, o quizá debería decir el guionista Kevin Williamson (Scream, Sé lo que hicisteis el último verano). El slasher loco con villano psicópata y desgarbado; objetos punzantes y una explosión de violencia expresiva y divertida. Wright mira a Williamson, quien miraba al Giallo, que a su vez se inspiraba en Hitchcock. Así que todo queda en casa. Como en Scream, aquí hay un homenaje en forma y en contenido explícito a sus principales referencias. Y con esto volvemos a lo que estábamos hablando: el cine.
Como en la homenajeada película de Hitchcock, en la de Wright se habla del Cine. La protagonista, una Amy Adams que no está en su mejor papel, es otra espectadora. Es una persona que tiene que estar en casa porque está dañada. En este caso, al contrario que Stewart, es un daño psicológico, no físico, porque recordemos que aquí entra en juego el thriller psicológico. Es una espectadora, primero para matar el tiempo, luego por curiosidad o por morbo, finalmente porque “la trama le ha enganchado” y ha empatizado con algunos personajes mientras que odia a otros. Pero hay una diferencia notable con el esquema de la película de Hitchcock: aquí los personajes no se quedan en la pantalla, entran en su casa.
Puede verse como una referencia al cine en casa. Precisamente el estreno ha acabado en Netflix. En parte por la pandemia y en parte porque el montaje no terminaba de funcionar, su estreno en salas se complicó y al final ha resultado ser el cine en casa del que habla. Su estreno en Netflix y la experiencia con el Covid son dos circunstancias posteriores a la película y sin embargo parecen ser el punto de partida.
Tenemos una protagonista que no es que esté impedida, es que no quiere salir a la calle. Paradigma de un cierto tipo de nuevo espectador que es pasto de las plataformas. Además vemos que tiene puestas películas a las que a veces casi ni presta atención. Consumo compulsivo. Stewart no veía películas, no había un doble nivel de representación del cine. Aquí lo hay y no solo sirve como homenaje sino también para subrayar la característica ambigüedad de la realidad en un thriller psicológico. ¿Son sus sospechas fruto de la observación de la realidad o del abuso de la ficción? ¿Hasta qué punto el espectador de hoy en día se apoya limpiamente en la trama y en qué medida en el audiovisual que ha consumido anteriormente?
En La ventana indiscreta llegaba un momento en el que, de alguna manera, el villano rompía la cuarta pared involucrando al protagonista/espectador en la historia. Algo como Bastian cuando es requerido por el libro en La historia interminable, pero no tan explícito. Hasta ese momento, los personajes parecían ser ajenos al protagonista. Esto cambia por completo en La mujer en la ventana. Aquí los personajes no paran de interactuar desde el principio, diluyendo la frontera entre el observador y el objeto observado. Una vez más refuerza el thriller psicológico. Podría parecer que esos personajes aparecen en su cabeza, como fruto de la película que se monta ella sola. Sobre todo cuando vienen de forma individual. Además, tenemos el clásico truco de un personaje que parece existir solo para la protagonista y nadie le cree, volviendo a Hitchcock y a su Alarma en el expreso. Por otra parte, esta posición más activa de la protagonista, interactuando con la obra, también es un reflejo de las nuevas formas, desde el videojuego a las redes sociales, donde el usuario interactúa mucho más.
La mujer en la ventana tiene un equipazo. Un director con la personalidad de Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Hanna). El guionista de Killer Joe y otras pelis interesantes, Tracy Letts. Un repartazo con Amy Adams al frente y gente de la talla de Julianne Moore o Gary Oldman. El director de foto de Amelie o A propósito de Llewyn Davis, Bruno Delbonnel. Danny Elfman en la banda sonora. ¿Qué ha fallado? Está claro que ninguno de ellos está en su nivel habitual. Quizá lo que mejor aguanta es la foto de Delbonnel, expresiva, colorida, artificiosa. Pero al conjunto le falla el ritmo, las interpretaciones son pobres, y el guión es muy mejorable. Hay algunas secuencias buenas y a veces está lograda la sensación de terror psicológico, pero le falta pulso a la dirección. Tengo la impresión de que Wright ha querido ser una especie de Brian De Palma, reinterpretando a Hitchcock pasado de revoluciones. El problema es que, salvo en algunos momentos puntuales, le falta el atrevimiento de De Palma y todo queda en un desarrollo más bien convencional.
Con todo, parece que está funcionando bien, dentro de lo que la opacidad habitual de Netflix nos permite suponer. Creo que es una película que con todos sus problemas, se puede consumir con facilidad, no me llega a aburrir. Tampoco creo que pueda aspirar a mucho más. O quizá tengo la ceguera de aquel crítico neoyorkino. ¿Quién sabe si no me estoy fijando en lo importante?