Ricardo FernándezReseña de Triangle Of Sadness, de Ruben Östlund
Tras ganar la Palma de Oro en 2017 con la magnífica The Square, Ruben Östlund ha regresado a Cannes con Triangle Of Sadness una comedia satírica y cruel. En The Square, el director sueco ponía sus ojos y su crítica en las élites del mundo del arte. En esta ocasión comienza por el mundo de la moda y acaba, directamente, poniendo el ojo en los millonarios. Oligarcas rusos, empresarios de armas, empresas de tecnología… gente podrida de pasta y poder.
El triángulo de la tristeza del título es la forma que en el mundo de la moda tienden a llamar a las arrugas en el entrecejo que aparecen con la edad (y que tratan de hacer desaparecer con botox), algo que empieza a aparecer en el rostro de Carl (Henrik Dorsin) un modelo lleno de dudas e inseguridades. Yaya (Charlbi Dean Kriek), una modelo/influencer, es su pareja y la extraña relación entre ambos es el eje sobre el que gira el primer capítulo de los tres que conforman la película. Tras un prólogo criticando el mundo de la moda que quizá llega demasiado tarde –Zoolander lo hizo mejor hace veinte años-, Östlund se mete de lleno en lo que más le gusta, voltear las jerarquías y jugar con el poder que unos personajes ejercen sobre otros. Este primer capítulo presenta a unos personajes que prometen mucho en manos del guionista de Fuerza Mayor o The Square.
Sin embargo en el segundo capítulo vemos que Ruben Östlund no solo ha quitado un lado al polígono del título -ha pasado de un cuadrado a un triángulo- también ha simplificado su propuesta. Cuando sube a Carl y Yaya a un yate de lujo (el Christina O que una vez perteneció a Aristóteles Onassis) y nos presenta sus compañeros de viaje, los millonarios antes mencionados y la tripulación, Östlund renuncia a un dibujo en profundidad de sus personajes, de sus contradicciones y miedos, como sí hizo en sus anteriores películas, y se lanza de lleno a una comedia de clichés. Sigue habiendo muy mala leche en pequeños detalles como los miembros del servicio que tienen la piel más oscura según van bajando en el escalafón; pero la comedia se apoya en estereotipos, lugares comunes y un discurso bastante evidente. Parece que en su primera película en inglés, el direcrtor sueco ha querido también ganar espectadores más allá de los aficionados al cine de autor. A juzgar por las risas en la sala -incluidas las mías- tiene posibilidades de hacerlo.
Una vez sabido esto y asumido que las ambiciones de Triangle of Sadness son bien distintas a las que sus dos anteriores películas y aún más a sus primeros y aún más independientes trabajos (muy recomendables también), toca tratar de disfrutar de la película que es y disfrutar, también, de la ironía de que una película que crítica a los ricos subiéndolos en un yate, se presente internacionalmente en Cannes, frente a su lujoso puerto deportivo. El humor de situaciones incómodas de sus películas anteriores se mantiene intacto, pero en este segundo capítulo vez le añade varias dosis más de escatología. Hay situaciones groseras -que a mí me han hecho mucha gracia- para tratar a unos personajes groseros y cabe preguntarse si la manera tan evidente que tienen de reírse de nosotros no merece, a veces, una respuesta similar. En cualquier caso, Östlund convierte el capítulo central de la película en un despiporre con un ritmo endiablado.
En el tercer capítulo, que transcurre en una isla desierta con parte de los miembros del barco, recuperemos al Östlund más tranquilo, más incómodo, menos basto. Vuelve a plantear juegos de poder y a invertir las jerarquías; pero de una manera mucho más exagerada que en el primer capítulo. A diferencia de sus otras películas esta vez el desarrollo no sorprende, se ve venir; pero el director juega con un ritmo elevado y una buena colección de gags para mantener el interés y llevarnos hacia un final que, por primera vez en toda la película, se aleja de la comedia y nos recuerda que, en el fondo, nada de esto tiene gracia.
