Reseña de Les Amandiers, de Valeria Bruni Tedeschi
En los años 80, Patrice Chéreau, el prestigioso director de teatro, cine y ópera, creo una escuela de interpretación en el Teatro Les Amandiers de Nanterre. Un lugar bastante alejado de las reglas, en el que se aprendía la profesión trabajando en ella de una manera alocada, alegre y extenuante. La propia Valeria Bruni Tedeschi, directora de la película, fue una de sus alumnas en la época en la que está ambientada la película (mediados de los 80) y sus propios recuerdos y experiencias forman parte de la histroria de la misma.
Les Amandiers comienza con un casting para entrar a la escuela. Diferentes jóvenes ofrecen interpretaciones frente a un jurado de profesores que les miran divertidos y, siempre, teminan preguntando lo mismo «¿por qué quieres ser actor o actriz?». Las respuestas son variadas, pero todas tienen algo en común, un profundo ombliguismo, están deseando llamar la atención. Tras ese primer casting llegará un periodo de prueba en el que solo un tercio de ellos pasarán al curso propiamente dicho. Es entonces cuando empezaremos a conocer a los personajes más profundamente, sobre todo a Stella (una magnñifica Nadia Tereszkiewicz) una joven de muy buena familia a quién se podría identificar fácilmente como el alter ego de la propia directora franco-italiana.
A partir de ahí, un viaje a Nueva York, al prestigioso Actors Studio, y la aparición de las drogas, el SIDA y los celos. También los egos, claro. Eso siempre en este grupo de narcisistas, desde el equipo de profesores (encabezados por Louis Garrel en el papel de Patrice Chéreau) hasta el último de los alumnos. Los personajes están construidos a base de clichés, pero eso sirve para no perder demasiado tiempo en presentarlos y que la película avance con dinamismo aunque, a decir verdad, el personaje de Étienne (Sofiane Bennacer), la perja de Stella, es tan exagerado en sus andares, vestimenta y maneras, que parece una caricatura de un actor canalla francés.
Durante gran parte de la película el mecanismo de cruzar las reflexiones de estos jóvenes soñadores con gotas de comedia y otras de drama funciona con ritmo, pero en su último tercio la película se vuelve algo histérica y tiende al melodrama. La idea de que no todo son alegrías en la vida de los artistas, está clara; pero la película sufre con ello cuando abandona la alegría. El final, una especie de redención de la protagonista gracias a la improvisación, es un intento de congraciarse con el arte de interpretar, de mostrar su amor por la figura de la actriz; pero quizá resulta algo edulcorado.