Reseña de Jeanne du Barry, de Maiwenn
El estreno de Jeanne du Barry se había convertido en algo polémico desde su anuncio. A la presencia de Jhonny Depp -alguien supuestamente cancelado que no ha dejado de trabajar ni ser invitado a festivales ni antes, ni durante, ni después de su juicio contra Amber Head– y la controvertida posición de la directora respecto al #MeToo -reivindicaba el derecho a tener poder en su trabajo sin asustar a los hombres y a que pudieran coquetear con ella con torpeza o insistencia- se habían unido las acusaciones, reconocidas por ella misma, de haber agredido a un periodista que investigaba las supuestas violaciones de su ex marido y padre de uno de sus hijos, el cineasta Luc Besson. Con semejantes ingredientes el cocktail solo podía salir explosivo. Una batalla con gente atrincherada antes de ver una sola imagen de la película. Teniendo en cuenta que la primera opción para interpretar al Rey Louis XV era Gerard Depardieu y que el elegido finalmente ha sido Johnny Depp, un americano a quien para disimular su acento al hablar francés le han quitado todo el diálogo posible, no parece que Maiwenn se sienta incómoda en la polémica.
Pero, más allá de las polémicas, ¿qué nos ofrece la película Jeanne du Barry?
Jeanne du Barry se presenta como un homenaje a la historia de una mujer que transgredió las barreras de clase y, contra todo pronóstico, se convirtió en la favorita del rey Luis XV. Pero la película de Maiwenn no está a la altura de esa historia que fue tan escandalosa en ese momento como puede ser inspiradora hoy en día. Alguien que se negó a seguir las reglas y, aún así, logro ascender socialmente. Rodada en 35mm, adopta un estilo clásico y tradicional, que en ocasiones se ve interrumpido por decisiones estilísticas difíciles de entender, cargadas de opulencia y una evidente intención de protagonismo.
Johnny Depp parece un tanto perdido y desconectado en su representación de Louis XV. Si es un actor que se ha hecho famoso porque su interpretación suele tender a la sobreactuación, aquí se ve apagada y contenida, y su diálogo, recortado casi hasta el silencio, no ayuda a mejorar su desempeño. Su falta de química con Maiwenn es notable, y no logra transmitir el poder y la autoridad que se esperaría de su personaje.
El desarrollo de la película se siente rígido y acartonado, hasta el punto de que se necesita una voz en off para explicar el trasfondo de lo que estamos viendo. Los personajes parecen clichés, sin un arco argumental definido, y el desarrollo de la trama es forzado y en ocasiones grotesco. El reparto, lleno de grandes nombres como Noémie Lvovsky, Melvil Poupaud o Pascal Greggory, está totalmente desperdiciado.
Maiwenn tampoco brilla más que sus compañeros de reparto y ofrece una actuación que no resulta creíble. Su alegría y tristeza parecen forzadas y no logra transmitir las emociones que su personaje debería estar sintiendo.
Como suele pasar con las películas de época, Jeanne du Barry es un festín visual en términos de producción. Los lujosos salones, los vestidos de época, las pelucas y las lámparas, todo recrea con la opulencia de la corte de Versalles. Sin embargo, el ambiente peligroso de la corte, lleno de presiones, intrigas, amenazas y juegos de poder, no se ve reflejado en la pantalla.
Jeanne du Barry, a pesar de contar con una historia fascinante y un elenco de renombre, tiene muy poco cine. Seguramente lo único que se recordará de esta película es la polémica y el ruido que la rodeó. No será más que un intento fallido de alegato contra la cultura de la cancelación -que es lo que sufría Jeanne en la corte por saltearse la moral de la época- protagonizado por un actor que, paradójicamente, nunca fue realmente cancelado.