Reseña de Black Flies de Jean-Stéphane Sauvaire
Black Flies pertenece a ese subgénero que son las películas de aprendices, como Training Day.Ya se sabe, un joven idealista comienza un trabajo duro -normalmente suelen ser policías- y tiene como compañero a un veterano resabiado, duro y de una moral un poco laxa. Al principio el novato desconfía, pero poco a poco mentor y aprendiz van ganando confianza hasta que el novato comienza a entender que no todo es blanco o negro e incluso comienza a cuestionar sus propios ideales.
En esta ocasión no se trata del cuerpo de policías, o bomberos, sino de paramédicos en ambulancia en la ciudad de Nueva York, en lo que aparece como un salvaje, peligroso y mayormente nocturno Brooklyn de hoy en día, aunque la novela de la antigua conductora de ambulancias Shannon Burke en la que se basa el guion está ambientada en el Harlem de los 90. El novato es Ollie Cross (Tye Sheridan) que está preparando el examen de acceso a la Facultad de Medicina, y el veterano curtido en mil batallas es Gene Rutovsky (Sean Penn), que palillo en boca -clara señal de su antiguedad, por lo visto- le enseña a sobrevivir a Ollie en el caos diario.
El director es Jean-Stéphane Sauvaire, cuya anterior película, Una oración antes del amanecer, estuvo presente en las Sesiones de medianoche del Festival de Cannes de 2017; pero que, más allá de eso no un nombre conocido por el gran público y su presencia en la lucha por la Palma de Oro ha sido una de las grandes sorpresas de esta edición. Su estilizada dirección le da a la película un aire nervioso y frenético, al estilo de los hermanos Safdie. Sabe sacar partido a la arquitectura, sombras y luces de Nueva York, y lo convierte un escenario de aspecto peligroso y asfixiante.
El tour de force visual que constituyen las intervenciones de los paramédicos es, sin duda, lo más destacado de Black Flies. Estas secuencias están rodadas como si fueran escenas de acción. Las luces estroboscópicas, un montaje frenético y un uso extremo del sonido, convierten cada intervención en algo teñido de un frenesí pisoctrópico.
Sin embargo, más allá de este ejercicio de estilo, la película muestra sus puntos débiles. La repetición constante de estas escenas acaba volvíendolas pesadas y el uso de una banda sonora que oscila entre lo industrial y el hardcore metal puede llegar a saturar al espectador. No ayuda que la escritura, excesivamente funcional y esquemática, no logre dotar a los personajes de suficiente profundidad y hace complicado conectar con ellos, alejando la implicación emocional con esas escenas y convirtiéndolas en meros fuegos artificiales.
En términos de actuación, Tye Sheridan ofrece una buena interpretación de Ollie, muy física y alejado de los registros a los que nos tiene acostumbrados, aunque se ve limitado por el guion. Sean Penn, por otro lado, parece desganado en su rol de Gene, sin alcanzar el tono físico, agresivo y descreído que su personaje demanda. No está en su mejor momento este gran actor. Michael Pitt, en contraposición, posee una presencia potente en pantalla, su interpretación alocada y perturbadora resulta verdaderamente aterradora. Como curiosidad el exboxeador Mike Tyson tiene un pequeño papel.
Resulta llamativo que sean principalmente hombres blancos los que se sumergen en los peligrosos mundos de los personajes latinos y negros. Un guionista con talento tal vez podría haber sacado chispas al tema del poder y el paternalismo, uniéndolo al poder y el sindrome de Dios que algunos paramédicos sienten al tener la vida de otros en sus manos. Sin embargo, está tan poco desarróllado que el tema racial podría ser fácilmente interpretado como una mirada algo prejuiciosa.
Es una pena que un director con talento y capacidad para tomar buenas y originales soluciones visuales, se enfrente a un guion tan plano y desaprovechado que, además, termina de una manera bastante torpe. Pero merecerá la pena seguir a Jean-Stéphane Sauvaire cuando tenga un guion potente.