Doce años después de su anterior largometraje de ficción, En el camino en el que adaptaba la novela de Jack Kerouac, y diez después de su documental Jia Zhang-ke, un hombre de Fenyang, en homenaje al director chino, el brasileño Walter Salles vuelve a dirigir un largo de ficción: I’m Still Here. Y para esta vuelta a su país, Salles elige una historia que le resulta cercana y conocida: el film es la adaptación de la novela Ainda Estou Aqui de Marcelo Rubens Paiva, la biografía de su madre, Eunice Paiva, esposa de uno de los miles de desaparecidos brasileños durante la dictadura militar de los años 70. El propio Salles era amigo de los hijos de la familia y parte de su educación cultural la hizo en el domicilio de los Paiva.
La película arranca en Río de Janeiro a principios de los 70, en plena dictadura militar. Una familia junto a un grupo de amigos disfruta de un día en la playa. Son los Paiva: el padre, Rubens, la madre, Eunice, y sus cinco hijos. Viven en una casa justo al lado. Una casa alegre, siempre animada, llena de música, de libros, de carteles de películas, con las puertas siempre abiertas y por la que entran y salen sus amistades. Sin embargo, ese entorno alegre y relajado poco a poco se irá haciendo sombrío. Rubens, antiguo miembro del congreso brasileño y crítico con la dictadura militar recientemente implantada, empieza a actuar de forma extraña, discreta y secreta. Además, se notan presencias amenazantes en el exterior de la casa. Hasta que un día de forma arbitraria, violenta e imprevista sufrirán directamente los efectos de la represión.
Salles rueda con su estilo sencillo, directo, clásico y elegante habitual. Con el que triunfó con Estación Central de Brasil. Su narrativa es clara y sin complicaciones, ni juegos rebuscados. Como la de sus Diarios de motocicleta. Al principio, su cámara introduce al espectador en el seno de esa familia numerosa, en su cotidianeidad, en su día a día, en sus conversaciones, en sus celebraciones, en el visionado de sus películas familiares. Lo convierte en un invitado más a esa especie de paraíso construido desde el recuerdo de sus protagonistas, una burbuja de felicidad, cultura y buen rollo general. Hasta que un evento dramático dará la vuelta a todo. Y lo que era luminoso, soleado y alegre se volverá oscuro, lúgubre y triste. La casa ya no será la misma, ni los días en la playa serán iguales. Y a partir de ahí empezará la búsqueda de respuestas primero y la de justicia después por parte de Eunice, la madre de la familia, nexo de unión de todos los miembros y núcleo y corazón de I’m Still Here. Porque Salles pone su foco y su mirada en la lucha de esa mujer, no en mostrar los mecanismos de un sistema represor y antidemocrático.
La principal razón por la que I’m Still Here emociona, atrapa e indigna es la soberbia y sobria interpretación de Fernanda Torres. Sus miradas y sus gestos transmiten la dignidad, la decencia y la lucha de esa mujer a la que le parten la vida y le roban su presente y su futuro. Su cariño y su presencia cohesionan la primera parte del film. Su estoicismo, su espíritu de lucha y búsqueda de justicia se convierten en la principal fuerza dramática de la segunda mitad del film, en la que da la impresión de que a Salles le entran las prisas – los saltos temporales resultan desconcertantes y precipitados -, pierde en parte el foco y la fluidez narrativas, se vuelve más superficial y previsible y pierde parte de su capacidad emotiva y autenticidad.