Reseña de Emmanuelle, de Audrey Diwan
Había expectación por ver qué haría Audrey Diwan con su nueva aproximación a Emmanuelle, el mito erótico que tanto revuelo provocó en los 70, no solo en España —donde la gente cruzaba los Pirineos para ver la película—, sino también en Francia, donde se intentó censurar la novela en la que se basa. Diwan venía de ganar el León de Oro con su anterior película, El acontecimiento, un drama duro pero muy brillante sobre una joven que intenta abortar en la Francia de los 70, cuando no solo se censuraban novelas eróticas, sino que también el aborto estaba prohibido. Para escribir esta nueva versión de Emmanuelle, Diwan se unió a Rebecca Zlotowski, quien, entre otros trabajos, escribió y dirigió Los hijos de otros (2022), una aproximación muy poco habitual a la maternidad. ¿Qué podían hacer estas dos mujeres con el mito erótico, esta vez protagonizado por una actriz excelente como Noémie Merlant? El Festival de San Sebastián ha sido el encargado de desvelarlo en su película de inauguración.
La Emmanuelle de Diwan trabaja para una empresa hotelera de lujo, controlando la calidad y buscando errores y culpables en sus establecimientos. La película nos la presenta llegando a Hong Kong en un avión en el que, por supuesto, hay sexo, porque para eso es Emmanuelle. No es una mujer timorata, sino decidida y consciente de su sexualidad. Tiene carácter y poder, acorde con lo que se espera en el siglo XXI, especialmente cuando la directora hablaba de querer explorar el placer en la era post-Me Too, un tema que en Francia ha generado mucho debate.
Sin embargo, la película se queda en la superficie de todo. El sexo ya no está desde una mirada masculina, pero en muchos momentos se siente tan gratuito como antes, aunque menos escandaloso porque gran parte de la sociedad ha evolucionado en estos cincuenta años (no toda, por desgracia). El ambiente de lujo y la obsesión por un sexo que nunca parece demasiado placentero —más bien una vía de escape— nos recuerda a Shame de Steve McQueen, pero donde allí había sufrimiento y profundidad, aquí hay más bien tedio y explicaciones que parecen sacadas de un manual de psicología para principiantes —esa llamada con la madre—. También parece deudora de Lost in Translation de Sophia Coppola, no solo estéticamente —a veces de manera escandalosa—, sino también por la soledad reflejada en un hotel. Pero, una vez más, sin atisbo de la profundidad ni de la subversión que, en aquella, sí desafiaba la mirada masculina. Hay reflejos y juegos de espejos, una fotografía cuidada que cambia de un ámbar cálido a un frío azul, sin que se llegue a adivinar por qué; hay mucho esteticismo, pero nada que realmente sorprenda o aporte profundidad a lo que vemos.
Emmanuelle es, sobre todo, una película grave y solemne. La atmósfera de pesadumbre y drama es constante, pero no se corresponde con el argumento. Noémie Merlant parece cargar una gran losa sobre sus hombros o su moral, pero nunca llegamos a entender cuál es. Los diálogos son tan poco naturales como pretendidamente profundos. Bastan dos frases para que se vuelvan “sesudos” (pónganse aquí todas las comillas que se deseen) sobre el carácter del otro o la sociedad. Hay personajes que solo aparecen para soltar perlas intelectuales y metáforas sobre la crueldad del sistema. La película va soltando constantemente pequeñas migas para que sepamos que es un juego del gato y el ratón: que unos cazan y otros huyen, que crees tener el control pero el sistema te controla a ti, que la felicidad no es lo que nos prometieron. Sin embargo, poco de eso filtra en la trama. Nada es tan grave como para justificar el tono de la película; todo resulta impostado. En cierto momento, van a buscar un club secreto, del que la gente se aleja y que provoca silencio y miedo cuando se menciona. Lo que vemos es un montón de gente jugando al mahjong (para que nos hagamos una idea, un montón de gente jugando al dominó). Pues la película es un poco así: todo el rato anunciando algo que, en realidad, no es para tanto.