Resultó chocante que la nueva película de Audrey Diwan, la directora que se hizo con el León de Oro con El acontecimiento, fuera un remake del mito erótico de los 70, Emmanuelle. Quizá no tanto si uno piensa que hay mucho por adaptar a nuestros tiempos, especialmente en relación a las mujeres, y que Diwan ya había tocado la mirada de la sociedad hacia la promiscuidad femenina en aquella película. El caso es que la original, que ha ido quedando en el olvido a medida que ya no supone el escándalo picante que fue para otras generaciones, era poco más que una película para entrar en calor. Apenas tenía una entidad dramática, eran más bien una serie de fantasías al gusto de la época, transgrediendo más de lo habitual, aunque para hoy algo naíf.
Diwan no pretende ser transgresora -no lo digo yo, lo ha dicho ella en la rueda de prensa- y hace bien porque con el porno a la orden del día, sería complicado. Pero sí que guarda en esencia algo que estaba en el personaje: la historia de una mujer adentrándose en lo prohibido en busca del placer. Eso sí, con un enfoque muy distinto. Para empezar, se ha eliminado la figura del marido, ya no tiene sentido. En la original era el marido el que tenía interés en que su mujer se adiestrara de alguna manera en el arte del placer prohibido. Se podía fantasear con situaciones muy locas entonces pero era difícil asumir que la idea pudiera partir de la propia interesada. Aquí no hay marido, Emmanuelle pasa de ser un sujeto pasivo y tomar las riendas de su propia sexualidad. Medio siglo después, es lo que tiene sentido.
Otra cuestión interesante es contra qué se rebela ahora. Entonces es obvio que sus limitaciones eran las convenciones sociales y lo que se esperaba de ella. Ahora eso parece superado, desde el principio se nos muestra a Emmanuelle como, no solo dueña de sí misma, sino con una posición de poder en su trabajo. Pero solo lo parece. Vemos que finalmente forma parte de un sistema que de manera mucho más sutil, sigue colocando a las mujeres en la posición que conviene y, entre otras cosas, obligándolas a competir entre ellas. De una represión tradicional, propia de las raíces religiosas, pasamos a la tiranía del sistema económico, que te ofrece una falsa sensación de libertad. En este sentido, la situación de ella es extensible no solo a las mujeres sino también a los hombres. Es otra cosa que la directora ha mencionado en la rueda de prensa, que quiere hablar del placer femenino pero no solo.
Una de las cosas que más llama la atención de esta versión es la importancia del lujo. En aquella también estaba en cierta manera aunque -probablemente por su presupuesto y sus bajas ambiciones estéticas- se quedaba en algo más baratillo, coche deportivo aparte. Aquí es crucial. El dinero, la excelencia, la historia de tragar diamantes. Hoy nos han enseñado que nuestro placer pasa por el éxito económico. Los lambos. Tenemos que hacer cualquier cosa y pasar por encima de cualquiera, para conseguir esas metas de excelencia absurda que serán las que nos den el placer. Tragar diamantes, aunque nos desgarren los intestinos con sus aristas. La protagonista se verá retada a romper con esto para alcanzar el placer. En este sentido, sí que es transgresora porque refuta las verdaderas ideas represoras de nuestro tiempo. Olvida los lambos.
Otra de las claves en la búsqueda del placer es poner en el centro el placer femenino. “Solo me estás hablando de él” le dicen cuando relata un encuentro sexual, casi como una transacción rutinaria que se supone placentera. Esto, en cierta manera, también estaba en la original, aunque como digo, de forma pasiva. Digamos que “le obligaban” a ese placer, que probablemente es a lo más que podía aspirar a fantasear las espectadoras de la época. Emmanuelle empieza poniendo el culo y finalmente termina valorando su coño. El personaje misterioso sería equiparable al viejo de la película original, en cuanto a que le abre las puertas de lo prohibido, pero esta vez es alguien elegido por ella y que atiende a sus deseos en lugar de imponérselos.
Noémi Merlant, la actriz de moda en el cine de autor francés, hace un trabajo excelente, mostrando sus frustraciones y sus deseos. Está a la altura del mito erótico de Sylvia Kristel pero además es buena actriz. Trabaja mucho el juego de miradas, desafiante, provocativa. La película es sexy aunque tampoco es la locura. Está trabajada la atmósfera -a veces tormentosa- las sensaciones, el ambiente. Comparte dos escenas eróticas con la original. La escena del avión y la escena de la masturbación frente a frente. Ambas son más realistas y también, quizá por ello, menos icónicas. Es más película, menos guarra. Para eso ya tenemos Internet.