Resela de El último suspiro, de Costa-Gavras
Costa-Gavras —director de Z, Desaparecido, Amén, entre otras muchas— ha cumplido 91 años, tras una etapa delicada de salud. Aun así, tiene fuerzas para presentar El último suspiro, su última película, en San Sebastián. No sorprende que el tema de la misma sea una mirada de frente a la muerte, a cómo afrontarla con dignidad, de la manera menos dolorosa posible. Una película sobre los cuidados paliativos basada en el libro del mismo nombre escrito por Régis Debray y Claude Grange, un filósofo y un médico jefe de una unidad de paliativos.
La película también recurre a estas dos figuras: en este caso, el filósofo es Fabrice Toussaint (Denis Podalydès) y el médico Augustin Masset (Kad Merad). Se conocen durante unas pruebas al primero y entablan una amistad espoleada por la curiosidad del filósofo sobre cómo afrontar la muerte. Una curiosidad propiciada por sus propios miedos y por la reedición de uno de sus libros más famosos, que trataba sobre el envejecimiento y que va a ser objeto de un debate televisivo. Con esta excusa, Toussaint acompañará a Masset en el seguimiento de varios pacientes a lo largo del tiempo, además de escuchar historias pasadas. Así, conoceremos diferentes formas de enfrentarse al final y la importancia de esa medicina que no cura, sino que ayuda a tener una muerte digna.
La película presenta su tesis en forma de diálogo: entre los dos protagonistas o entre estos y los pacientes o familiares. Todos los diálogos son de una gran erudición, y las réplicas y contrarréplicas son tan brillantes —trufadas de referencias a la mitología griega— que se diría que en Francia todos son filósofos, lo que explicaría la gran fama que tiene Toussaint, constantemente reconocido por la gente. La sensatez impera en todos los personajes de la película; incluso cuando alguno pierde los nervios, no tarda en recuperarlos y tener una respuesta sensata. El hospital es un sitio amplio, bonito y tranquilo, en el que los médicos acuden incluso en su día de fiesta, y el personal tiene tiempo para asistir a un desfile de motos en homenaje a un paciente. La verdad es que durante la película se piden apoyos del gobierno a las unidades de paliativos, pero, visto lo visto, están sobrados de recursos. Por cultura y medios, se diría que se habla del tema desde una perspectiva muy elitista y utópica.
Visualmente, la película tiene un corte muy clásico que no aporta demasiado al parlamento, es una película mucho más discursiva que visual; pero que se aprovecha de un reparto absolutamente de lujo: Charlotte Rampling, Ángela Molina o Hiam Abbass. Actrices con mucha presencia que hacen muy emotivas sus intervenciones, aunque el segmento que protagoniza Ángela Molina se le va de las manos al director que termina mostrando una visión turística y folclórica de la cultura gitana.
Yo tuve un profesor que decía que la filosofía genera más preguntas que respuestas, ya que su propósito principal es cuestionar lo que consideramos verdadero y explorar diversas perspectivas, profundizar en los fundamentos de la realidad, el conocimiento y la ética. Sin embargo, esta película tiene más de pedagógica y doctrinal que de cuestionamiento, sobre todo cuando aparece un invitado africano y protagoniza el momento más bajo de la película. El último aliento está más llena de respuestas que de preguntas y no muestra la parte que no funciona del sistema. Es un tema realmente interesante y para el que, como sociedad, no estamos preparados. Costa-Gavras lo trata con sensibilidad y buen ritmo, pero ni la forma ni el tratamiento tienen auténtica profundidad, quizá porque el director necesitaba más respuestas que preguntas en estos momentos. Habrá que probar con el libro.