Iñaki Ortiz GascónA veces, una serie de televisión puede ser una vía de escape para sentir y expresarnos. Sobre todo en los casos en los que la sociedad no permite de una manera explícita relacionarnos con nuestro verdadero ser. Ha ocurrido durante mucho tiempo con los homosexuales, que se refugiaban en pequeños guiños más o menos disimulados en películas y series. Si ya en los 90 podía haber material más o menos explícito para ellos, la gente trans aún era difícil que tuvieran obras en las que pudieran reflejarse de forma clara (cuando no eran directamente la caricatura del psicópata de turno). Solo se podría recurrir a ambientes muy undergrounds o bien a la propia interpretación subjetiva que puede transformar una serie mainstream para niños en lo que uno necesite en ese momento. Cuando una obra sale a la luz deja de ser de su autor y pasa a ser del espectador.
Jane Schoenbrun, persona no binaria, ya se había adentrado en cuestiones de género con su primera película, We’re All Going to the World’s Fair, una película precisamente muy underground hecha con dos duros. Ahora tiene ya un presupuesto más considerable, bajo el paraguas de A24 y con Emma Stone en los créditos de producción. Aunque no es abiertamente explícita con el tema, tampoco lo oculta demasiado. En una de las primeras escenas, el protagonista se pasea absorto por una lona convertida fugazmente en cúpula, que tiene los colores de la bandera trans. Hay varios momentos así en la película, en los que se crean lugares mágicos que, aunque tengan otra función, sirven para excitar la imaginación de alguien que no puede encontrar referentes en su vida cotidiana de lo que a duras penas puede explicar que le pasa por dentro. La película, como la serie favorita de los protagonistas, no es explícita con palabras pero tiene una lectura clara.
Pink Opaque, una serie para niños -para niñas concretamente, sentenciará su recto padre- que recuerda a Buffy, cazavampiros tanto que el creador se llama Josh (no Whedon sino Pemberton). Muñecos, telepatía. Un villano que se llama Don Melancolía que representa el sentir de una persona que no puede desarrollarse como querría. Con un añadido de surrealismo -más en su cabeza que en la propia serie- que siguiendo con los 90 podría recordarnos a Twin Peaks. Y es que la serie, como su cuerpo, es como ellos la sienten, no como se supone que es. La influencia de David Lynch también se deja notar en Schoenbrun en las actuaciones musicales y sobre todo en el surrealismo críptico que impregna toda la película con un tono onírico. También hay guiños a David Cronenberg, especialmente en lo referente a la televisión y la relación física con ella. Podemos entender una referencia directa a Videodrome que puede servir para redefinir la idea de la nueva carne. En cualquier caso, imágenes de pesadilla en las que el body horror es el cuerpo en sí mismo, debido a la disforia de género. Está muy conseguido todo el recuerdo confuso y casi alucinógeno. Lo que fue real y lo que no, lo objetivo y lo subjetivo. La confusión de una adolescencia difícil.
El estilo general es eminentemente indie. La banda sonora de rock alternativo propio de principios de siglo (la película se inicia en el 96 y avanza unos años) y que marca bien la personalidad de un millenial marginal. Neones rosas brillando en la oscuridad y todo un universo paralelo sugerente que se van construyendo estas personas para las cuales, la realidad no da soluciones. También hay una represión asumida cuando el protagonista niega sistemáticamente lo que es por el tabú social y la represión de casa. Incluso pide ser castigado. Un mundo en el que se puede mostrar sin vergüenza que te has llevado una puta al trabajo pero no se puede hablar de quién eres en realidad. Afortunadamente, las cosas empiezan a cambiar, y que esta película sea indie pero no underground, es un buen ejemplo de ello.
