Ricardo FernándezReseña de Dossier 137, de Dominik Moll
Dominik Moll es un habitual en Cannes que ha visitado con Harry, un amigo que os quiere (2000), Lemming (2005), Black Heaven (2010) y, sobre todo, La noche del 12 que tras su paso por Cannes (fuera ce concurso) arrasó en los César y colocó a Moll en el punto de mira del cine francés más comprometido. Con Dossier 137, vuelve a competir por la Palma de Oro y lo hace sin traicionar su estilo: sobrio, contenido y, a la vez, inquietante.
La película arranca con un caso aparentemente rutinario: un joven gravemente herido por una bala de goma durante una manifestación de los “chalecos amarillos” en París. La encargada de investigar lo ocurrido es Stéphanie Bertrand, inspectora de asuntos internos interpretada por una espléndida Léa Drucker. A partir de ahí, se despliega un relato que combina con precisión la lógica burocrática del procedimiento policial con una exploración mucho más amplia sobre la justicia, la impunidad y los dilemas éticos dentro de las instituciones públicas.
En Dossier 137 no hay sitio para el maniqueísmo. Moll no busca culpables evidentes ni absoluciones fáciles. Hay grises, muchos, y diferentes puntos de vista, aunque el mensaje es claro, el contexto es amplio y rico en detalles. La protagonista, lejos de ser una heroína al uso, es una mujer metódica, contenida, a veces incluso opaca, cuya integridad se transmite más por gestos y miradas que por discursos grandilocuentes. Y ahí es donde Léa Drucker brilla de verdad. Su trabajo es excepcional. Esa forma que tiene de aguantar el tipo en reuniones incómodas o de escuchar declaraciones absurdas sin perder la compostura seguro que tiene recompensa en la temporada de premios.
Lo mejor de la película está precisamente en esa mezcla de sobriedad y tensión subterránea. La forma en que se filma la investigación —casi como si se tratara de una auditoría— y, al mismo tiempo, cómo se va filtrando en ella una implicación emocional que va creciendo poco a poco, sin estridencias.
Es una pena que Moll no se atreva a llevar su apuesta hasta el final. Hay momentos en los que la película parece ceder a una pulsión más peliculera, como si Moll no confiara en su apuesta y quisiera añadir algo de tensión extra. No se entienden bien ciertas decisiones de guion, como la forma absurda en la que la protagonista sigue a una testigo por la calle, o esa conversación con su exmarido, que suena tan forzada que parece metida con calzador. Pequeños detalles que evitan que la película sea todo lo grande que podría haber sido.
