Carlos ElorzaLittle Amélie or The Character of Rain, ópera prima de Maïlys Vallade y Liane-Cho Han Jin Kuang, adapta con delicadeza y audacia la novela Metafísica de los tubos de Amélie Nothomb. Lejos de ser una traslación literal, la película transforma la introspección literaria de la autora belga en un poema animado sobre los primeros destellos de autoconciencia y la construcción de una identidad.
Hasta los dos años y medio, Amélie —o más bien, su voz en off— se describe a sí misma primero como ‘dios’ y más tarde como un tubo digestivo, inerte y sin conciencia del mundo. La película arranca desde ese estado vegetativo, y lo hace con una animación sencilla que escapa al realismo: formas simples, colores planos, sin matices ni degradaciones. Un estilo impresionista naïf que no busca simular el mundo, sino expresar la mirada subjetiva de una criatura que está comenzando a habitarlo.
Todo cambia con el «acontecimiento seminal»: el despertar al lenguaje, al tiempo, a las estaciones, a la familia y a una consciencia incipiente. Durante seis meses vertiginosos, Amélie descubre la fascinación por Japón —el país donde ha nacido como hija de un diplomático belga—, la ternura silenciosa de la mujer japonesa que la cuida, el misterio del jardín, el amor por el agua y una aversión absoluta por las carpas. Descubrimientos primarios, narrados con humor, lucidez y una sorprendente falta de condescendencia.
Vallade y Han Jin Kuang, que ya habían participado en proyectos como El ilusionista de Sylvain Chomet o ¿Dónde está mi cuerpo? de Jéremy Clapin, despliegan aquí un cine de animación adulto y profundamente personal. A través de una estética deliberadamente simple, logran una sofisticación narrativa que hace dialogar el presente y la memoria, el cuerpo y el pensamiento, la infancia y la autoconciencia.
Little Amélie or the Character of Rain —título internacional del film— no cae en el sentimentalismo ni en la idealización nostálgica de la infancia. Al contrario, se permite mostrar el conflicto, el miedo, el resentimiento precoz, los vínculos ambiguos dentro de la familia y la irracional pasión por el chocolate blanco belga. El resultado es una mezcla precisa de realismo emocional e imaginación infantil.
Con su combinación de sensibilidad y humor, de inteligencia y poesía visual, Little Amélie logra capturar algo inasible: el momento en que el ser humano se convierte en persona. Y lo hace desde el lugar más improbable: la voz de una niña de tres años.
