Concierto de Rafa Berrio en El Muro
Rafa Berrio jugaba en casa. En San Sebastián, en el bar El Muro de Sagües, ante una pequeña audiencia que abarrotaba el bar (apenas 60 personas), la mayoría amigos, conocidos y/o admiradores del artista. Una velada en amable, y agradable, petit comité (usando un galicismo de los que tanto le gustan a él).
Antes de sonar los primeros acordes de Simulacro se dirigió a la gente con cámaras y dijo con sorna «sólo me sacáis fotos al principio, ¿vale?, y tampoco se puede grabar el concierto». «¿Sólo los dos primeros temas?» preguntó Irene Mariscal (suyas son las fotos que acompañan este texo), «mmmm, sólo en el primero» repondió Rafa Berrio con una media sonrisa, en ese tono tan habitual suyo en el que no sabes si es un divo, se ríe contigo, se ríe de ti o un poco de todas juntas. Decidimos escoger la segunda opción. Sobre todo cuando antes de empezar la segunda canción, sonriendo, dijo «venga, en esta también puedes sacar fotos».
Rafa Berrio, solo en el pequeño escenario, con su guitarra eléctrica sonando limpia bajo su fingerpicking, desnudó otras dos canciones de su disco 1971, Como iba yo a saber y Las mujeres de este mundo, tan distintas a la grabación sin la orquestación de Joserra Semperena, sonando más claro su espíritu de cantautor, o mejor de chansonnier.
Fue subiendo de intensidad con ese «autoretrato o no tanto» titulado Niente mi piace y esa canción «de amor, supongo» que es El mundo pende de un hilo. Entre tema y tema hablaba de su gusto por el Oporto, de como le piden no cantar canciones tristes o de la afinación especial de la guitarra en su siguiente canción. A saber, doble drop D para Mis ayeres muertos. Rafa se entregó especialmente en esa canción, dejando salir su lado más rockero, aparcando a Aznavour para dejar paso a Lou Reed, y poniendo el broche al final del primer, y notable, bloque del concierto.
En la siguiente canción cogió su guitarra acústica, invitó a salir a Virgina Pina y repasaron varios temas de Harresilanda, el disco que grabó con Deriva en 2005. Algo delicado y difícil, En sueños (y su toque de nana), La piel a tiras e Invisible. Berrio deja escapar toda su afectación a la hora de cantar esas canciones deudoras de Jaques Brel. A Virginia se le ve más cómoda según van pasando las canciones y, mientras, Rafa bromea con que hace tiempo que no toca algunas y ya no las recuerda. Fue un set intimo, agradable, pero quizá cortó demasiado en seco el clímax alcanzado en Ayeres muertos.
A partir de aquí comenzó lo que el propio Berrio calificó como un puto desmadre. Desde el público le pidieron Principiantes, el se rió y dijo que la había eliminado de su repertorio pero que «claro, como Jonás la ha puesto de moda» (en referencia a su aparición en La reconquista). Volvió a empuñar la eléctrica y la tocó. Tras esa, y un rato rebuscando entre los papeles, fue el turno de La alegría de vivir, precedida de una divertida anécdota sobre un periodista que tras leer sólo el título pensaba que era una canción alegre. Lo cierto es que la sonrisa que se le escapaba al interpretarla parecía darle la razón al periodista.
Rafa se agacha para volver a rebuscar entre sus papeles otra canción que tocar, bebe vino (el Oporto siempre se bebe en copa, pero el tinto se puede beber directamente de la botella), se mesa el pelo y farfulla algo ininteligible para presentar Oh verdad desnuda. El público aprovecha esos tiempos muertos para gritar y bromear con el músico. Él, a gusto, les sigue el juego en una especie de pequeña fiesta entre amigos llena de guiños personales. Se acuerda de Leonard Cohen y lamenta lo difícil que es pensar en un mundo sin el genial canadiense ni Lou Reed. «Bowie no me importa tanto» dice provocador.
Tras Santos matires yonquis tuvo lugar un surrealista concurso de discos con el sobrino de Berrio como mano inocente. Fue algo tan indescriptible como simpático y surrealista. Momento al que siguieron, previa búsqueda en los papeles y bromas de/con el público, La desgana y En las lindes del fin. A estas alturas estaba claro que el ritmo del concierto, la elección de temas y los comentarios estaban en manos del caos y no obedecían a nada preparado. Total, Rafa campaba a sus anchas en territorio conquistado.
El punto final del concierto vino, como no, con Arcadia en flor, la canción que compuso para la película de Jonás Trueba y que tan buen recibimiento ha tenido entre sus admiradores. Con el público, ahora si, en completo silencio Rafa y Virgnia, que regresó al escenario para la ocasión, realizaron una preciosa interpretación, más briosa que la de la película.
Con eso se puso fin a un concierto de prácticamente dos horas que fascinó a casi todos los presentes que salían encantados y realmente satisfechos, y así hay que reflejarlo. Quien esto escribe, en cambio, pudo encontrar algo delicado y difícil en medio del caos y el desorden: muestras de un talento innegable y canciones que le hicieron comprender los elogios que reciben sus discos y directos. Pero también un concierto demasiado alargado que se vio lastrado por las interrupciones y por un orden de canciones que no contribuía a crear atmósfera.
Gracias a Irene Mariscal por las fotos.