Reseña de Animales nocturnos
Tom Ford es uno de los mejores diseñadores de moda de nuestro tiempo, pero eso no le es suficiente. Como genio que es, Tom Ford asume que debe afrontar “grandes desafíos y tomar riesgos si eres una persona creativa. Si no, es bastante insulso”. Y es por eso que, a pesar del éxito de su primera incursión en el séptimo arte con Un hombre soltero, de la que él mismo dice enorgullecerse, ha realizado su segunda película: Animales nocturnos.
Y la elección no es caprichosa. No volvió a sentir la necesidad de contar otra historia en la gran pantalla hasta que leyó Tres noches, de Austin Wright. Ese thriller metaliterato le dejó tan impactado que adquirió los derechos para llevarlo al cine y se encerró a trabajar en el guion, de forma casi compulsiva, dando más de él mismo a la historia de lo que hasta ahora nunca había hecho. La idea falsa de felicidad, la culpabilidad, la belleza absurda, los colores sólidos o la búsqueda de la intangibilidad son algunos de los demonios que invaden la persona de Ford y que ha ido plasmándolos en esta película hasta convertirla en una extensión, no intencionada según comenta él, de su persona. Porque, como el propio escritor al que encarna Jake Gyllenhaal en la película comenta, los artistas de qué van a hablar al final si no es de sí mismos.
Contraste cultural: Sus orígenes.
Ford sintió la necesidad desde muy joven de tener que escapar de su Texas natal a Nueva York para poder desarrollar sus competencias artísticas. Y es por ello que a los diecisiete años ingresó en la prestigiosa escuela Parsons para estudiar arquitectura y diseño de interiores, actividad que compaginó con su vocación por la interpretación y el modelaje. Su carácter perfeccionista extremo y una temprana alopecia truncaron con esa temprana vocación por ponerse delante de la cámara y acabó graduándose en arquitectura. Pero esa primera decepción no hizo más que sentar las bases del mundo de Ford. Diseño de moda y arquitectura, cuerpo y edificio, seda y cemento; no importa el fin, es el mismo medio, el creativo, para Ford. La moda se presentaba como destino lógico en el horizonte y lo materializó con la primera puerta que tocó, la de Cathy Hardwick en la 7th Avenue, consiguiendo así su primer trabajo en un atelier de moda.
Pero esa encorsetada Texas natal de la que siempre ha querido distanciarse, le sigue acompañando allá donde vaya. Tanto en su primera película El hombre tranquilo como en esta segunda Animales nocturnos ha querido ahondar en el proceso de definición del concepto de masculinidad, la sensación de pérdida y en la necesidad de salir de un entorno rural y/o provinciano para desarrollar realmente la creatividad como veremos a continuación.
La culpabilidad
Animales nocturnos es una película de venganza. A camino entre la sofisticación y la decadencia, Ford construye una película sobre la culpa. La protagonista de la película, Susan, encarnada por la maravillosa Amy Adams (que acabamos de ver en Arrival), menosprecia en un principio a su ex novio escritor, Edward (Jake Gyllenhaal). Pero posteriormente se da cuenta de que ese soñador que ella criticaba en su día por débil y poco ambicioso es capaz de escribir una buena historia, llena de fuerza y con impecable ritmo en su tensión que se traslada a la propia película (ayudada por una fantástica Banda Sonora). La protagonista pasa por un proceso de reflexión, en el que hay una progresiva asunción de culpa por no haberle valorado más en su momento. Viaje que tiene como único destino la venganza por parte de su ex pareja.
Viaje paralelo al que realizó Tom Ford en la treintena. Tras pasar por Chloé, llegó a Gucci para quedarse. Empezó haciendo labores auxiliares, pero acabó siendo su Director Creativo y revalorizando la firma de moda italiana por completo. Modernizó por completo la firma italiana y su imagen, pero sus pretensiones creativas chocaban con los intereses empresariales de la firma, y en 2004 tuvo que abandonarla. Pero para ese momento Tom Ford ya había transformado la industria de la moda, y tras un año de profunda depresión, volvió por la puerta grande. Era el momento de crear colecciones, primero masculinas y luego también femeninas, bajo su propia firma: Tom Ford. Digamos que fue su propia venganza a aquellos que no creyeron en él. Ni en su complicada infancia en Texas, por ser un niño diferente, tanto por su homosexualidad como por sus intereses creativos, ni en la propia casa de Alta Costura italiana. Es una manifestación, entre otras muchas, del paralelismo entre el propio director y el personaje protagonista de la película que iremos desarrollando.
Diseño, colores puros y la privación de ornamento
Graduado en arquitectura y diseño de interiores, las líneas de Ford siempre son puras y los colores sólidos. Si hay una cualidad característica de Tom Ford como diseñador de moda es la privación de ornamento innecesario en sus composiciones y que la forma siempre está al servicio del fondo. Y es lo que consigue extrapolar también a su trabajo cinematográfico.
Los planos de Animales nocturnos están en constante contraste. Los planos en que se representa la realidad de los personajes son de estética fría, luminosa, con una composición de líneas puras, prescindiendo de cualquier ornamento. Sin embargo, aquellos planos que muestran la ficción son turbios, de luz cálida, sucios, oscuros y de textura rugosa. Pero esta clara distinción estética se va diluyendo en el trascurso del metraje. De manera progresiva se van introduciendo elementos fríos y de diseño limpio en aquellas escenas relativas a la ficción escrita por Edward, creando confusión en el espectador, que no sabe en ocasiones en qué plano está: Si en la realidad de Susan o en la historia de ficción de Edward. Confusión del espectador que va de la mano de la de Susan, ya que a la propia protagonista le cuesta diferenciar la realidad de la ficción, que es uno de los puntos importantes del mensaje de Ford según comentaremos a continuación.
La apuesta por el diseño, los planos de composición estudiada y los colores sólidos como el rojo pueden recordar, por ejemplo, al cine de Almodóvar, pero no hay obviar el pasado de Tom Ford como diseñador. Si algo es característico del trabajo de Ford como diseñador de moda son las líneas puras de sus patrones y los colores en bloque. La importancia del color frente al estampado. Es por ello que, unido a su pasión por la arquitectura moderna y el diseño de interiores, no sorprenden esas composiciones de planos en Ford. Más bien todo lo contrario, aportan coherencia a su discurso artístico, sea cual sea la forma – moda o cine – en la que se materialice.
Una realidad ficcionada
Una de las cuestiones que más atormentan a Ford es la necesidad que tiene la sociedad de crearse una vida paralela ficcionada, que en muchas ocasiones poco o nada tiene que ver con la vida real. La sobreexposición vía redes sociales y la necesidad de mostrar únicamente la belleza de lo que nos rodea. Tanto es así, que en la presentación de la primera colección con su propia firma de pret-a-porter femenina en el año 2010 reunió en su tienda insignia de Madison Avenue al grupo más selecto de la prensa especializada en moda y ante ellos, y bajo un hermético secretismo, mostró sus primeras creaciones bajo su propio nombre. La prohibición de publicación de imágenes del desfile de manera instantánea y la elección de mujeres reales para presentar sus creaciones supuso una verdadera declaración de intenciones por parte del diseñador. Y es que a Ford no le interesaba que las mujeres que presentaran su colección lo hicieran por el hecho de cumplir los cánones de belleza estandarizados en pasarela, sino que buscaba que representaran exactamente la esencia de la mujer para la cual había diseñado la colección: Sus musas. Ford presentó su colección con mujeres que por sí mismas constituyen un modelo de mujer en la sociedad por haber adquirido el rango de profesional consagrada en su sector. Entre otras musas del diseñador se encontraba la exquisita Julianne Moore, actriz protagonista luego de su primer largometraje.
Esa necesidad de querer reafirmarse en mujeres reales como musas, en elegir y saber diferenciar la vida real de la belleza ficcionada que creamos, tiene especial presencia en Animales nocturnos. Cómo nos afecta la ficción que construimos se ve reflejado en el juego de meta historias de la película, así como -quizás de manera demasiado reiterativa- en el personaje de Amy Adams. Cómo le afecta la historia del borrador de libro, cómo se sumerge en la misma, cómo llega a empatizar hasta el extremo con la misma hasta el punto que en ocasiones pierde la noción de lo que es real y lo que no lo es, como cuando llama a su hija para cerciorarse de que está bien después de leer un pasaje del libro en el que la hija de los protagonistas sufre o cuando, quizás de manera poco afortunada, se imagina una aparición en el móvil de su trabajadora. Ambos mundos parecen mezclarse cada vez más, hasta un final que el propio Ford no quiere aclarar, que deja al arbitrio del espectador interpretarlo.
Es la forma que tiene Ford de mostrarnos cómo nos afecta la ficción que nos construimos de manera paralela a nuestra vida real, como individuos y como sociedad con los cánones de belleza y conducta.
La idea falsa de la felicidad
Ford se mueve contantemente en Animales nocturnos entre el relato ficticio y la introspección de la protagonista, Susan, propietaria de una galería de arte encarnada maravillosamente por Amy Adams. Susan es una galerista de éxito con una vida personal no satisfactoria. Es una profesional de éxito, que tiene la oportunidad de estar rodeada de pertenencias materiales bellísimas -representadas simplemente por la exquisita arquitectura de la vivienda en la sobria presentación inicial-, pero se da cuenta que anhela cuestiones intangibles, como una persona a la que amar, que es una de las cuestiones que más le impresionaron a Ford del libro.
Susan comparte demonios con Ford: “Lucha contra el mundo en el que vivo, de los ricos absurdos, de la falsedad y la vacuidad” comenta el propio Ford. El modisto es plenamente consciente de sus conflictos internos y contradicciones, tanto que reconoce que muchas veces lucha contra lo que representa su propia figura. Diseña bolsos que posteriormente son valorados en miles de euros, viste a mujeres de la importancia de Michelle Obama y ha construido un imperio del lujo y consumismo con puntos de venta en todo el planeta. Pero, sin embargo, critica que nuestra cultura materialista y consumista, de la que él es perfecto cómplice, construye la idea falsa de la felicidad en torno a esas cosas bellas que adquirimos y consumimos. “Lo triste no vende. Y suena raro que lo diga yo. Es algo con lo que me siento en conflicto” confiesa Ford.
La búsqueda de la intangibilidad
Es por ello que, y a pesar de haber colmado sus instintos artísticos hasta la fecha, Ford asume que la moda es una expresión artística perecedera, caduca por naturaleza y ha encontrado en el cine una forma de que su creatividad tenga vocación de permanencia.
Con una sexualidad latente innata, sus sugerentes diseños de moda envuelven el cuerpo de un áurea de puro magnetismo que mucho tiene que ver con la atmósfera embaucadora y enigmática de esta segunda película de Tom Ford. Por lo tanto, podríamos afirmar que todas estas cualidades forman parte del haber artístico de Tom Ford, sea cual sea la forma – película o diseño de moda- en la que se materialice. Animales nocturnos sienta las bases de su intangible creativo, que puede perdurar en el tiempo, al que aspira Ford.
Tom Ford es un animal creativo al que no le importa cabalgar en la oscuridad de un terreno artístico inexplorado por él hasta el momento. Qué sería del arte sin animales nocturnos.