Reseña de Solo el fin del mundo
No es nada original empezar un artículo relacionado con Xavier Dolan y hacer referencia a su juventud. Llevamos años haciéndolo; pero es que sólo tiene 27 años y ya ha luchado dos veces por la Palma de oro en Cannes, otra por el León de Oro en Venecia y en otra ocasión estuvo en Un Certain Regard de Cannes. Sin haber llegado a la treintena su filmografía es admirable y envidiable, aunque no somos pocos los que pensamos que su gran película está aún por llegar ya que sigue en un proceso continuo de aprendizaje. Su estilo, impulsivo y visceral, provoca tantos aplausos como críticas. Algo que con Sólo el fin del mundo no ha sido una excepción. Hubo quienes aplaudieron fervorosos cuando le premiaron con el Gran premio del jurado en Cannes, casi el mismo número que abuchearon la decisión.
Sólo el fin del mundo mantiene su tónica habitual de intensidad aunque es probable que sea su película menos histriónica y extravagante hasta la fecha. Esta basada en la obra de teatro de Jean-Luc Lagarce, y narra una reunión familiar con motivo del regreso a casa de Louis-Jean (Gaspard Ulliel) tras muchos años de ausencia. Lo que no sabe su familia es que ese regreso a casa es para comunicar que se está muriendo.
Xavier Dolan, con un uso extraordinario del montaje que otorga fluidez y aleja cualquier apariencia de obra teatral, rueda la película con unos cerradísimos primeros planos y prescinde, casi en todo momento, de los planos de situación. Esta decisión provoca una cierta sensación claustrofóbica muy apropiada para una película que transcurre sumergida en un ambiente opresivo y, casi siempre, en entornos cerrados. Los primeros planos aíslan a los personajes, plasman la dificultad que tienen para comunicarse y subrayan la sensación de incomodidad que están sintiendo los protagonistas. Los recuerdos del pasado, en forma de momentos musicales marca de la casa, son los únicos instantes de fuga. Jamás pensé que Dragostea Din Tei pudiera funcionar así.
El reparto hace un magnífico trabajo. Sobreactuado, si, pero ese es el contexto en el que desarrolla la película. Una reunión familiar en la que nada es natural, todo es forzado y todos interpretan su papel a desgana. El irritable hermano mayor (Vincent Cassel) que no puede esconder su rencor; la cuñada (una magnífica Marion Cotillard) que no conoce aún a Louis-Jean y trata de caerle bien y apaciguar las evidentes tensiones; la hermana pequeña (Lea Seydoux) ahora veinteañera pero apenas una niña cuando Louis-Jean se fue; su madre (Nathalie Baye) tan ruidosa como amante del protagonismo. Hay discusiones, gritos, tensión, pero todos ellos, también, tienen su escena de tranquilidad en la que se desvela el interior del personaje.
Es una reunión a la que nadie querría estar invitado (quién más, quién menos, ha tenido una de esas estas navidades), pero en la que Xavier Dolan nos cuela y nos hace sentir cada puñalada, cada reproche, cada deuda, cada desprecio, aunque a veces no sepamos, todavía, de donde vienen. Es probable que a Sólo el fin del mundo le falte algún momento glorioso como los que Dolan nos ha ofrecido en películas anteriores -las prendas volando en Lawrence Anyways, el cambio de formato en Mommy– pero tiene la intensidad característica del director canadiense, y también con más control que en otras ocasiones, logrando que la película no se le vaya de la manos sin que ello signifique renunciar a su capacidad de arriesgar y rodar desde las tripas.