Reseña de La la land
La la land. La película de la que todo el mundo habla. Desde los más cinéfilos a los medios generalistas, pasando por los compañeros de trabajo e incluso esos amigos que sólo van al cine de pascuas a ramos (las tres últimas películas que vieron: Un monstruo viene a verme, 8 apellidos vascos y Lo imposible). Desde su estrenó en Venecia que si Emma Stone y Ryan Gosling están estupendos. Que si la música es buenísima. Que si su director, Damien Chazelle, se consolida tras el éxito de Whiplash. Que si es la película que ha resucitado el musical. Que si tal. Que si cual. Y yo, que nunca he creído que el musical estuviese muerto y me llevé chasco tras el bombo y platillo de Whiplash, empiezo a alimentar escepticismo. Siempre me apetece ver una película con Emma Stone y Ryan Gosling, pero ¿dirigida por Damien “montaje frenético” Chazelle? Lo dicho, escepticismo.
Lo cierto es que el escepticismo me dura poco. Lo que tarda en desaparecer el logo de Universal y La la land arranca con un número musical espectacular. Una brillante canción, una coreografía impecable y una cámara que flota en plano secuencia durante ¿4 minutos? ¿5?, no sé, no me paro a contar. Me limito a disfrutar y a aplaudir al acabar (suavecito, que estoy en el cine). ¡Bravo! Es cierto que pone el listón tan alto que ningún otro número musical de la película llegará tan alto. También es cierto que una escena así en pantalla grande justifica el precio de una entrada de cine.
Una pareja de cine
Sebastian y Mia, Ryan Gosling y Emma Stone, no tardan en adueñarse de la película. Hacen una pareja perfecta. Guapísimos, divertidos, cómplices, rebosantes de carisma. Dos grandísimos intérpretes con una química salvaje. Me enamoro de ambos. De lo que desprenden. Chazelle los graba con numerosísimos primeros planos cuando hablan, cuando se están conociendo. Apenas hay nadie más en la película, convirtiéndose en un canto a la individualidad y los sueños propios. Rachel DeWitt y John Legend tienen pequeños papeles, pero decir que son secundarios es darles demasiada importancia. Simplemente están ahí para representar a “los demás”, a “el mundo”, a “la multitud”.
Y la película avanza, sumida en un estado de felicidad y hermosura en la que los protagonistas parecen volar y, de hecho, lo hacen. Es como la época dorada de los musicales, es como “en las películas”, es como en las canciones de amor. Es la magia del cine que nos hace creer que todo es posible.
Los números musicales no son apabullantes, showstoppers que dicen en Broadway; pero funcionan y llenan de alegría la pantalla. Emma Stone y Ryan Gosling son tan buenos actores -mejores que bailarines o cantantes- que me convencen de que cantan y bailan bien. No puedo evitar alegrarme de que Chazelle, en contraste con los primeros planos de las conversaciones, los grabe en plano general para poder apreciarlos bien. Que bastante tuvimos con los musicales de Rob Marshall en los que no veía la coreografía y, claro, luego hay gente a la que nos le gustan los musicales. A mi esos tampoco, pero los buenos musicales, esos si, me encantan. A Chazelle también. Los buenos musicales y, en general, el cine. Toda la película está plagada de guiños, homenajes e influencias. Ahí está Jacques Demy con su paleta de colores. También Sombrero de copa y Cantando bajo la lluvia o la más reciente Todos dicen I love you. Referencias directas a Casablanca y Rebelde sin causa Además del jazz, claro, siempre presente en fotografías, conversaciones y estilismos.
Hacerse mayor
Mientras veo todo el despliegue de referencias pienso en las mías propias. Pienso en mi amor por el cine y por la música. Pienso en el entusiasmo casi infantil que suponía descubrir una nueva película, una nueva canción. La misma ilusión con la que Mia descubre el jazz. Pienso también en que sigo disfrutando de lo mismo, pero ahora es distinto. Supongo que son cosas del hacerse mayor.
Entonces me doy cuenta de que ese el tema de la película. Hacerse mayor. Descubrir que las películas pasan en el cine y en la vida hay que elegir. Elegir significa renunciar. Como tienen que renunciar los protagonistas. Es entonces cuando la película cae. O cae el ánimo de sus protagonistas. O caigo yo, que quiero volver a sentirme embriagado de música y amor en el País de Nunca Jamás, o en Los Angeles, donde siempre hace sol.. Estábamos tan arriba que el suelo de la realidad,más gris y peor vestida, está demasiado abajo.
La magia del cine
Pero el cine es cine. Y en el cine las películas acaban bien incluso cuando no acaban como esperábamos. Como esa Casablanca que citaba Mia al comienzo de la película y que a estas alturas de la película adquiere otro significado. Y Chazelle lo sabe y juega de una manera magistral con el final, la ficción y la realidad. Aunque, si lo pienso bien, y aún cargado del cinismo que inevitablemente se me ha ido acumulando, igual en la vida pasa como en el cine. Hacerse mayor no es lo que esperaba; pero también está bien. Con las cosas adquiriendo otros significados, cumpliendo algunos sueños, renunciando a otros y descubriendo alegrías que nunca sospeché en sitios que nunca imaginé. Para todo lo demás me queda la nostalgia. Una nostalgia como la de la primera mitad de La La Land. Nostalgia de cuando éramos felizmente ingenuos, de cuando el cine, los musicales, también lo eran.