Concierto de Bigott en Intxaurrondo, 4/2/2017.
Fotos: Arkaitz Mas
Llegué más bien tarde así que poco os puedo contar sobre los teloneros, Los Hormigones, de quienes solo escuché la última canción. De hecho, aunque esté feo decirlo, al llegar estuve un rato fuera mientras acababa el concierto, charlando con los conocidos. Mientras estábamos de cháchara, Bigott entraba y salía como poseído, sonriendo y repartiendo amor desde ya a los que nos arremolinábamos junto a la barra. Haciendo pequeñas reverencias a sus fans. Después, mientras se preparaba su concierto, siguió merodeando, esta vez ya por el escenario, jugando a ser el batería y, durante todo el show, se acercaba a las primeras filas a chocar las palmas del público. Y ojo, nos aseguró que lleva tiempo sin drogarse ni beber.
Bigott desprende alegría, ternura, buen rollo. Es amor. Posa para las fotos entre canción y canción, y de paso propone a la fotógrafa que le siga en Instagram. Cuenta anécdotas desenfadadas, como cuando tocó en una iglesia y cambió su canción “God is gay” por “God is in the house”. Pero aunque su actitud es igual de happy que siempre, lo cierto es que su música ya no es una apuesta tan alegre como en los primeros discos. Se notó un cambio con el anterior, Pavement Tree que tenía un aire más melancólico, con cierto parecido a Beach House -grupo que sonó mientras preparaban el escenario. Los directos cambiaron el tono con carácter retroactivo, es decir, afectando a la manera en que interpretaban los temas viejos, ahora menos festivos. Cuando se le pidió su hit más exitoso, y seguramente el más bailable, Cannibal Dinner, se mostró decepcionado: “no, mejor de las nuevas”. Y “las nuevas” no son solo las del último disco, My friends are dead, que dura poco más de 20 minutos en total; las nuevas también son las del anterior. Quiero decir con esto que no creo que fuera tanto la típica queja de quien quiere presentar disco sino la respuesta de un artista que ahora está interesado por otro tono, más maduro y melancólico. Diría que, el grueso del concierto se nutrió de estos dos discos.
Así que despachó Cannibal Dinner mucho antes del final del concierto, desautorizando su figura de gran hit. Lo hizo, como ya ocurrió la vez anterior que nos visitó, con un estilo más tranquilo. Eso no impidió que la bailáramos, claro. Tanto escapó de sus primeras canciones que para complementar el concierto, en vez de recurrir a ellas, se lanzó con algunas versiones de The Cure y The Feelies, que seguramente siente que ahora definen mejor su música.
Sea como fuere, con un estilo o con otro, fue un buen concierto que el público disfrutó. Bigott desplegó todo su magnetismo buenrollista y guasón en el escenario y cantó con su dulzura habitual. Clara Carnicer, la bajista, cantó alguna de las canciones y la verdad es que lo hizo estupendamente. No faltaremos la próxima vez que nos visiten.