Crónica del concierto de The Jayhawks en Chillida Leku

Desentrenados. Todos. Desentrenados The Jayhawks, que vieron suspendida la presentación de su disco XOXO en marzo del año pasado (no hace falta decir por qué) y habían retomado los ensayos hace apenas unos días, tal y como contaban en las redes sociales. Desentrenado el público, sin apenas conciertos en los últimos 16 meses y con los pocos que ha habido celebrados en condiciones muy especiales de distancia, aforo, medidas higiénicas… qué os voy a contar a estas alturas. Desentrenados, e inexpertos, los encargados de Chillida Leku, que tuvieron una idea maravillosa al organizar este concierto en ese lugar; pero no calcularon bien varios aspectos de la logística -excesivas colas para la comida y bebida, escasez de urinarios- y, sobre todo, manejaron un concepto extraño de concierto: de pie o sentados hubiera tenido sentido; pero ese mix de tumbados o sentados en la hierba, sentados en tumbona o de pie al fondo o los laterales, resultó confuso. No solo eso, en estos últimos coletazos (esperemos) de la pandemia se hubiera agradecido algo menos libre y con mayores medidas para proteger la distancia.

Estas eran las condiciones del concierto; pero no solo. También lucía un sol magnífico (tras varios días de la típica lluvia veraniega donostiarra), el entorno de Chillida Leku es maravilloso y la emoción de la gente tras volver a encontrarse en un gran concierto, al aire libre, impregnaba todas las conversaciones. Allí estabamos (casi) todos “los de siempre” y esa sensación era muy reconfortante. También lo era ver a familias con los más peques aprovechando la hora, la luz y el lugar en un ambiente que nos evocaba a los añorados Glad Is The Day o Musika Parkean. La normalidad no es esto; pero se le empieza a parecer.

Así que The Jayhawks se enfrentaban a un público tan desentrenado como ellos y con el que compartían otra característica: las ganas de disfrutar de un buen concierto. Así que cuando comenzó a sonar la guitarra de Waiting For The Sun todo dejó de importar. Es cierto que la banda no sonaba todo lo compacta que le habíamos escuchado otras veces pero ¿era el momento de quejarse? Sin duda no. Era el momento de disfrutar del momento, del  lugar y de la oportunidad de escuchar a una banda con una de las mejores colecciones de melodías perfectas. Como dice la siguiente canción que tocaron, Trouble, “Problemas, eso es lo que tuvimos (…) pero tengo los pies en el suelo y eso es mejor que estar solo”. Pues eso, The Jayhawks y el público decidimos disfrutar de la compañía, que es mejor que estar solo.

Sobre el escenario, Gary Louris y los suyos – Tim O’Reagan (percusión), Marc Perlman (bajo) y Karen Grotberg (teclados)- se movían relajados mientras charlaban y bromeaban con el público o entre ellos mismos. Que el título del disco, XOXO, que en inglés es una especie de abreviatura para decir «besos y abrazos», suene a lo que suena en castellano les hizo mucha gracia y lo mencionaron varias veces. Como digo, no había prisa por enlazar las canciones, tampoco parecía haber impaciencia. Solo era una tarde de verano agradable entre amigos, sin exigencias y sin obligaciones.

En este momento de The Jayhawks reina la democracia, aunque todos sepamos que Louris es el jefe, y los cuatro integrantes componen y tienen oportunidad de cantar más allá de los coros. ¡Ay, los coros! Qué maravilla es escuchar las armonías vocales de este grupo con espíritu de pop británico y cuerpo de country. Tres décadas y media llevan seduciéndonos con esa fórmula y todavía son capaces de armar el setlist de un concierto sin que los temas nuevos supongan un lastre. Es cierto que el público vibra, vibramos, más con los clásicos; pero los nuevos no desentonan en absoluto y eso, a estas alturas de partido, tiene mucho mérito.

Poco a poco la banda se iba calentando sobre el escenario. En cierto momento tocaron una intro con sonido New Orleans a la que Gary Louris repondió con un “OK, I’m in the mood” y sí, sí que estaba a tono. Encadenaron la delicada All The Rights Reason con la soberbia I’d Runaway (una canción que por si sola justifica una discografía) y, aunque hubiera algún traspiés como el de Bottomless Cup, en general el sonido fue sonando cada vez más compacto. Al mismo tiempo, el público también se iba soltando y todos, banda y público, empezamos a recordar como iba esto de los grandes conciertos. Mientras nos desentumecíamos, la luz del sol pasaba a través de las hojas de los árboles y las esculturas de Chillida nos observaban a todos. Vale, sí, puede sonar excesivo; pero es que fue así.

El sonido se va en medio de Smile; pero a estas alturas ya nada importa. La banda está lanzada y el público solo tiene ganas de disfrutar. Cuando el sonido vuelve se recibe con aplausos y se continúa como si nada hubiera pasado. The Jayhawks, a estas alturas, son capaces de pasar de la delicadeza extrema de Two Hearts al ritmo casi nueva olero de Dogtown Days. Gary Louris pide que hagamos los coros de Save It For The Rainy Day y Karen Grotberg no puede dejar de decir lo felices que les hace estar todos juntos, señalando al público.

Con Blue se despiden y abandonan el escenario. Aunque no engañan a nadie y sabíamos que no iban a dejarnos con esa melodía tan triste como hermosa, así que aplaudimos a rabiar mientras pedíamos, exigíamos, más. Por supuesto, regresan al escenario y Louris recupera Listen Joe, que grabó con Golden Smog (un supergrupo de estrellas del country). También Broken Harpoon y para cuando llegan a Tailspin la gente ya estaáde pie, bailando, sonriendo, disfrutando y absolutamente rendida.

 

Las sonrisas eran tan grandes al acabar que ni las mascarillas podían taparlas y mientras, la puesta de sol teñía de rojo el cielo. No fue un concierto perfecto, pero sí fue un momento insuperable.