Reseña de la película El otro lado de la esperanza
El otro lado de la esperanza, la película por la que Aki Kaurismäki ganó el premio de mejor director en la pasada Berlinale, cuenta la historia de Khaled, un sirio que llega hasta Helsinki escapando de la destrozada Aleppo. Le vemos llegar oculto en el contenedor de carbón de un gran barco, naciendo desde la oscuridad, desde el nada más absoluto. Una nueva vida le espera. Como también es nueva la vida que quiere emprender Wikhström, separándose de su mujer, dejando su trabajo y abriendo un restaurante. Por supuesto, los caminos de estos dos personajes se cruzarán.
Aki Kaurismäki ha conseguido en su larga carrera, más de tres décadas, un estilo inconfundible. La cámara estática, los decorados teatrales, el montaje sencillo, las pausas, las interpretaciones neutras y un humor tan seco como incómodo, son los ingredientes para la puesta en escena de historias protagonizadas por personas envueltas en una capa de fracaso a las que sólo les queda el amor. Son historias con un fondo mucho más universal y realista que lo que su personal y especial enfoque puede hacernos pensar. Bajo una apariencia aparentemente descuidada y fea, el cine de Kaurismäki encierra momentos de gran belleza y ternura. Con su anterior película, El Havre esa ternura y cierto optimismo tomaron gran presencia imponiéndose a los aspectos más pesimistas y negros de sus primeras películas. En El otro lado de la esperanza, que como aquella tiene como fondo la inmigración, ese tono no sólo continúa, sino que se acentúa.
El problema de tener un estilo tan marcado es que puede terminar por convertirse en fórmula. Una fórmula que termina por comerse a la película. Por ejemplo, los anacronismos -teléfonos de rueda, coches antiguos, máquinas de escribir,…- convierten sus películas en fábulas atemporales, incluso cuando hablan de temas tan actuales como la inmigración; pero también provocan una sensación de déjà vu, de orgullo al captar un guiño entre amigos, de divertimento ante una broma recurrente. Cuando pasa una vez no hay problema, cuando pasa todo el metraje entonces puede haberlo.
Esta sensación la comparto con otros autores, por ejemplo Wes Anderson. Creo que los dos directores, radicalmente distintos, están en la frontera que delimita el haber llegado al dominio de un lenguaje propio y el caer en el autocomplacismo y repetición de la fórmula. El otro lado de la esperanza todavía no es más de lo mismo, pero está cerca de serlo.
Quitando esa falta de sorpresa por lo que Kaurismäki nos ofrece, lo que queda es una película muy disfrutable. Una fábula sin moralina, optmista a su manera, que no renuncia a su poso de amargura aunque aparezca salpicada por una serie de divertidos y absurdos gags. El relato de dos viajes, uno cruzando fronteras y otro interior, que tienen más puntos en común de lo que podría parecer en un principio. La esperanza, casi ciega fe, que tiene Kaurismäki en la comprensión desinteresada de la gente no le impide mostrar la crudeza de la realidad y no minimiza la gravedad de la situación.
El otro lado de la esperanza es un Kaurismäki menor, con menos cinismo y sin capacidad de sorpresa para quienes llevamos tiempo siguiendo su obra, pero sigue siendo un cine especial, un absurdo lleno de sentido, una ensoñación pegada a la realidad.