Con After the Hunt, Luca Guadagnino se lanza de lleno al centro del huracán. Dirigida por él y escrita por Nora Garrett, la película se adentra en el universo académico estadounidense para explorar uno de los debates más incómodos de nuestra era: la cultura de la cancelación. Y lo hace sin concesiones, situando la acción en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Yale, en pleno conflicto entre las universidades estadounidenses y el gobierno de Donald Trump. Un escenario inflamable que no parece buscar el consenso, sino el cuestionamiento. Quizá por ello, el Festival de Venecia ha decidido presentarla fuera de concurso. Aunque, siendo una película de Luca Guadagnino protagonizada por Julia Roberts y Andrew Garfield, el foco está asegurado.
Guadagnino construye aquí un thriller tenso, turbio y contenido, en torno a Alma Imhoff (Julia Roberts, excelente en un papel sobrio e introspectivo alejado de los papeles que le dieron la fama), una brillante y ambiciosa profesora de filosofía que lucha por conseguir su plaza fija en un mundo dominado por hombres. La historia arranca cuando Maggie (Ayo Edebiri), su alumna más prometedora, joven, rica, lesbiana y afroamericana, le pide ayuda para denunciar por abuso sexual a un profesor de la facultad, Hank Gibson (Andrew Garfield), amigo íntimo de Alma. Lejos de convertir la denuncia en el núcleo de la intriga, Garrett desplaza el foco hacia sus consecuencias: personales, profesionales, institucionales y sociales. El film se convierte entonces en una fábula moral de múltiples capas donde se cruzan el dolor, el miedo, la lealtad y el cálculo.

After the Hunt es, en el fondo, una película sobre los efectos colaterales de una acusación. Sobre cómo el epicentro del conflicto desestabiliza todo el entorno: colegas, estudiantes, amigos, matrimonios, mentores, redes de poder. Los personajes, profesores y estudiantes de posgrado en filosofía, racionales por formación y vocación, se ven arrastrados por un torbellino de emociones y pulsiones que amenaza con desbordarlos. Y es en esa tensión —entre razón y caos— donde Guadagnino sitúa el núcleo de la película.
La mirada que ofrece After the Hunt sobre la cultura de la cancelación es compleja, empática, alejada del maniqueísmo. No se limita a determinar la veracidad o falsedad de la acusación, sino que examina cómo el género, la edad, la época, la clase social o el entorno condicionan la percepción y los efectos de los hechos. Cada personaje encarna una posición, una herida, una perspectiva, en un mosaico coral que evita simplificaciones. En medio de ellos, va por libre Michael Stuhlbarg en el papel del marido de Julia Roberts: su personaje parece moverse en paralelo al drama principal, hasta un emotivo momento final que recuerda a su inolvidable intervención final en Call Me by Your Name.

Desde el punto de vista formal, Guadagnino demuestra una vez más su dominio del lenguaje cinematográfico. La película arranca con unos créditos iniciales desconcertantes que evocan los de otro gran director americano en una decisión de intenciones claras. Luego, en una fiesta inicial, nos sumerge en una conversación filosófica llena de referencias y guiños eruditos, sin miedo a dejar al espectador fuera de juego. Pero lo esencial viene después: el blocking, la planificación, la dirección de actores… todo está al servicio de una puesta en escena que complementa el texto con precisión y elegancia. La banda sonora, compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, refuerza la atmósfera de ambigüedad y tensión, combinando composiciones propias con piezas de György Ligeti, John Adams y temas de The Smiths, The National, Ambitious Lovers, Cesária Évora o Everything But The Girl.
A medida que avanza, After the Hunt se transforma en una provocación intencionada. No da respuestas, sino que siembra preguntas. No busca resolver el conflicto, sino mostrar su complejidad y sus zonas grises. En esa valentía, y en su negativa a reducir lo humano a etiquetas, radica su fuerza. Una película que incomoda, que expone, que invita a pensar. Y que, en medio del ruido, ofrece algo cada vez más raro en el cine contemporáneo: una mirada sincera, incómoda y profundamente lúcida.
