Iñaki Ortiz GascónArnold Schwarzenegger (escribiré Chuache a partir de ahora) lo ha vuelto a hacer. Ha participado en una película que convierte una sinopsis de mamporros en un drama crepuscular. Ya lo hizo con Maggie, cuyo planteamiento era el de una película de zombies pero su desarrollo era el del sufrido padre de una hija enferma y problemática. Aquí se trata de un hombre que ha perdido a su familia y no piensa dejar las cosas así. Podría ser Comando, no le toques la familia a Chuache. El título en castellano Una historia de Venganza da pie -seguramente de forma voluntaria- al error. El resultado es un dramón de propagación del dolor que dejaría contento al antiguo tándem Iñárritu – Arriaga.
Cuando Chuache volvió de su aventura como Gobernator estaba algo desubicado. Ya no era el líder indiscutible del cine de acción -de hecho, ya había empezado a perder ese puesto antes de dar el salto a la política- y para colmo, ya no estaba en las mismas condiciones físicas. Sus cameos en Los Mercenarios fueron de tipo más bien simbólico, hasta que en la tercera entrega por fin participa un poco más. Se lanzó en serio a protagonizar una película de acción de la mano del interesante director coreano Kim jee-woon en El último desafío. Entretenida pero bastante mediocre. En una de las escenas finales, Chuache tiene que pelear cuerpo a cuerpo con Eduardo Noriega -sí, habéis leído bien. Al pobre hombre se le ve realmente en apuros. Hace años le habría reventado la cabeza de un manotazo. Pero el problema real es que, en la pelea, se le notaba en apuros simplemente para levantarse del suelo. Después llegó Plan de escape, una peli de serie B mucho más disfrutable, del interesante director sueco Mikael Håfström, con su amiguete Stallone. Aunque la película estaba mejor, él estaba casi todo el rato hablando sentado en una mesa. Seguramente se había dado cuenta de que no estaba para mucho más y decidió dar un giro a su carrera: ser actor. Sí, amigos, Chuache se ha metido a actor. Hablamos del tipo cuyo tour de force interpretativo empezó reduciéndose a cosas como esta. En Sabotage consigue encontrar un equilibrio y manejar armamento pesado que no requiere hacer movimientos bruscos, al tiempo que asume el rol de un líder veterano, con cierto nivel de actuación. Seguramente es su mejor película post-gobernator.
Chuache sabe llorar
Vaya mal rato que pasa Chuache.
El verdadero salto fue Maggie. Una historia que se disfraza de fantástico -concretamente usa elementos del género de zombies- para hablar, en realidad, de un drama familiar. A su edad, Chuache intenta aprender a mostrar emociones más allá del odio asesino y la socarronería. El momento en que consigue lanzar una lágrima es el verdadero clímax de la película. Resulta que Chuache sabe llorar. Y en esta repite y ya con mucha más soltura. Llora, se derrumba, sufre. No vamos a decir que es Al Pacino al final de El Padrino 3, pero hace lo que puede y no lo hace del todo mal. Sorprende que pueda llegar a esos mínimos. Para que me entendáis bien: lleva unos días rulando un vídeo de unos monetes a los que les ponen un muñeco y luego el muñeco “se muere” y la reacción de estos monetes es visiblemente emocional (aquí). Pues bien, ese es el nivel más o menos. El gran monete, líder de la manada, tiene sentimientos. Nuestro Kong. Parece que después de tantos años de carrera como actor, donde ha aprendido a fingir es en política. El avance desde esto es portentoso.
La película es más honesta que Maggie porque no usa elementos resultones como los zombies para encubrir lo que es. Aunque la premisa y, especialmente, el título en España, puedan engañar, enseguida vemos que es un dramón de los duros. Sin ser nada del otro mundo, tenemos un guión razonable de Javier Gullón, que avanza sin trucos pero con momentos duros, hacia un final bastante intenso. Quizá falta rematar, pero nos deja un par de escenas con poso. Director no hay. Tampoco se le echa en falta. Un buen drama basado en hechos reales, para la siesta de la tarde, que termina dejándote algunas imágenes en la memoria.
