Crónicas desde Cannes, por Carlos Elorza

Seguramente no será casualidad que el Festival de Cannes haya decidido programar en días consecutivos las notables Leto del ruso Kirill Sebrennikov y Cold War del polaco Pawel Pawlikowski. Ambas vienen de países excomunistas, ambas están rodadas en blanco y negro, ambas hablan del comunismo como obstáculo en la vida de sus protagonistas y ambas tienen mucha música, sin ser estrictamente musicales. Entre las dos, algo tan único e inclasificable como The Image Book de Jean-Luc Godard.

‘Summer’ (aka ‘Leto’) de Kirill Sebrennikov

Kirill Sebrennikov es uno de los dos directores que no podrán desplazarse al Festival porque las autoridades de su país no se lo permiten. El director de Traición y The Student está condenado a arresto domiciliario oficialmente por haber hecho uso ilegal de algunos millones de euros teóricamente destinados a la cultura. Extraoficialmente simplemente por ser una persona crítica con el régimen de Putin. Sin embargo, no parece que vaya a ser Leto la película con la que se va a reconciliar con la autoridades rusas. Porque el tema principal de esta película es la tensión entre la libertad creativa y la censura, entre el instinto y el riesgo creador y el acomodarse a las normas y el control de las autoridades y la crisis personal y existencial y la frustración que provoca.

Leto
6.6

Inspirada en hechos reales, Leto es una mirada melancólica a la escena rockera del Leningrado de la década de los 80 del siglo pasado, cuando aún quedaban 10 años para la perestroika y Breznev era el líder máximo de la U.R.S.S. A través de la relación mentor – pupilo entre Mike, un rockero de éxito, y Viktor, un joven músico en busca del éxito, a la que su suma Natacha, novia del primero, con la que forman un extraño triángulo amoroso, Sebrennikov plantea una especie de 24 Hour Party People a la rusa. Un homenaje al rock de principios de los 80, en el que suenan, son mencionados o se ven las portadas de los discos de David Bowie, Sex Pistols, The Beatles o Blondie y en el que Serebrennikov se permite rodar sus versiones particulares de los vídeoclips del Psycho Killer de Talking Heads, Passengers de Iggy Pop y el Perfect Day de Lou Reed.

Como en sus películas anteriores, Serebrennikov hace evidente su fijación por las formas. Es su estilo. Es un manierista. Pero afortunadamente esta vez sus excesos formales no le pierden. O no tanto. Leto está rodada en un blanco y negro exquisito que potencia su tono melancólico y avanza de forma arrolladora, especialmente en su primer tercio, gracias a su planificación fluida y su preciso trabajo de cámara. Pero a Serebrennikov no le debe de parecer suficiente. Y además se empeña en romper la cuarta pared, insertar imágenes en color imitando la textura del super8 o los ya mencionados videoclips musicales. Pero a la vez que la pantalla se llena de estos artificios y de estas llamadas de atención, el guión de Leto divaga, como lo hacen sus personajes, y por momentos se vuelve repetitivo lo que le hace perder la intensidad lograda en su primera parte.

 

‘Cold War’ de Pawel Pawlikowski

También está rodada en blanco y negro, también habla de una relación en la época del comunismo y también tiene un trasfondo musical, Cold War de Pawel Pawlikowski, director de origen polaco que tras ganar el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por ‘Ida’, debuta en el Festival de Cannes. Y si a Leto le podríamos echar en cara su exceso de duración, uno de los grandes activos de Cold War es su ajustado y preciso uso de la elipsis: 84 minutos en los que no sobra ni segundo.

Cold War arranca como un documental de música tradicional en la Polonia post Segunda Guerra Mundial. En unos minutos descubriremos que se trata del trabajo de documentación para la formación del grupo de coros y danzas tradicionales Mazurek que van a formar las autoridades. Entre las chicas aspirantes, Zula, una joven atractiva, con talento y con un pasado misterioso, llama la atención del director musical, Wiktor. Cold War contará la relación de amor loco e imposible entre ellos de 1949 a 1964 por media Europa al son de la música folclórica polaca, el jazz y el rock. Por un lado, las fuerzas que les llevarán a buscar una vida mejor y una carrera profesional más plena. Como en Leto, también en Cold War, el comunismo limita la creatividad y las aspiraciones artísticas de los músicos. Por otro, los impulsos románticos que les llevarán a querer estar juntos o no soportarse mutuamente.

Pawlikowski vuelve a rodar en formato 4/3, en blanco y negro (como en Ida) y con una fotografía de claros y oscuros muy contrastadas, encuadres ajustadísimos y movimientos de cámara perfectamente medidos. Tanto que Cold War podría parecer una exquisita colección de postales animadas. Y lo es. Pero esa frialdad esteticista, queda compensada por el carisma arrollador de Joanna Kulig como Zula (incluido ese Rock around the clock de Bill Haley & His Comets no es fácil de olvidar), de su química con Tomasz Kot (Wiktor), del uso continuo de las elipsis narrativas que sorprenden y mantienen al espectador en tensión continua y sobre todo, de una historia de amour fou tan amarga, como apasionante.

‘Le livre d’image’ de Jean-Luc Godard

Y para compensar tanto ataque al comunismo, The Image Book, lo último de Jean-Luc Godard.  Que tampoco es que lo defienda, sino que en su última película, el director suizo se dedica a criticarlo todo, a atacar a las izquierdas, a las derechas y a Europa en general, cual anciano refunfuñón. O eso es al menos, lo que se podría adivinar de su caleidoscópica y densa The Image Book.

La presentación de una película de Godard en Cannes es un evento por sí mismo. Su minoría devota, hace largas colas (incluso más largas de lo habitual en este Festival), para ocupar los mejores sitios para verla. La mayoría de los infieles a la devoción godardiana duda entre dejarse llevar o ignorar ese fanatismo. Y como ya ocurriera hace cuatro años, con la presentación de Adiós al lenguaje, en cuanto se apagan las luces se escucha claramente un «Godard fogever» (con marcado acento francés incluido). Con Godard en Cannes hasta el ritual parece importante. Incluida su performance en la rueda de prensa.

Lo que es indudable es que lo que Godard ofrece en una pantalla de cine, no lo hace nadie más. En The Image Book vuelve al montaje collage, como en su Histoire(s) du cinéma, encadenando imágenes de otras películas, de fotografías, de pinturas, de imágenes de archivo, de noticieros, deformándolas, sobreexponiéndolas, modificando el color a las que superpone sus sonidos originales, o música clásica, o ruidos varios o la voz en off que (des)orienta al espectador. Una maraña de imágenes, sonidos e ideas, que tienen mucha más relación con el cine experimental que con el cine narrativo, sea o no convencional. Y en ese bombardeo la tesis esta vez parece ser, occidente malo, Arabia buena. El rigor del análisis para semejante afirmación se me escapa.