Ricardo FernándezReseña de ‘No te preocupes, no llegará lejos a pie’
Gus Van Sant durante años combinó la vertiente más autoral y la más comercial de su carrera. Tan pronto triunfaba en Cannes con Elephant como ganaba dos estatuillas en los Oscar con Mi nombre es Harvey Milk. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, su filmografía ha entrado en un claro declive y tras Restless, que no fue muy bien acogida por la mayor parte de la crítica (a mi me gusta), llegaron la olvidable Tierra prometida y la fuertemente abucheada en Cannes El bosque de los sueños. Ahora regresa a nuestras pantallas con No te preocupes, no llegará lejos a pie que supone una mejoría respecto a esos dos títulos, aunque sea una mejoría leve y sólo porque el listón estaba muy bajo.
No te preocupes, no llegará lejos a pie es la adaptación que hace Gus Van Sant de las memorias del viñetista John Callahan quien, cuando tenía 21 años, y tras una noche de desenfreno bañada en alcohol, sufrió un accidente de coche que le dejó tetrapléjico y postrado en una silla de ruedas. Alcohólico y discapacitado, Callahan supo rehacer su vida y ganar un cierto prestigio como dibujante de unas viñetas cómicas que se caracterizaban por su humor políticamente incorrecto y macabro.
Para rodar esta película Van Sant ha escogido un casting de lujo, un grupo de interpretes que llega todo lo lejos que se puede llegar tal y como están escritos sus papeles. Joaquin Phoenix despliega su indudable magnetismo y resulta realmente convincente -excepto cuando tiene que aparentar 21 años- pero en los momentos de mayor dramatismo da la sensación que podría brillar más si esas escenas estuvieran suficientemente bien trabajadas en el guión. Rooney Mara -con acento sueco otra vez- está tristemente desaprovechada en un papel apenas bocetado y construido en torno a los clichés más absolutos. Sin embargo, su presencia ilumina la pantalla en sus escasas apariciones, como casi siempre por otro lado. Jonah Hill, por su parte, se confirma como un auténtico robaescenas y sus intervenciones son de lo mejor de la película.
Van Sant recurre a un guión fragmentado, con saltos en el tiempo, que no parece tener muy claro hacia dónde se dirige. Hay dos recursos explicativos a los que la película regresa constantemente: una serie de reuniones de alcohólicos anónimos que nos muestras a un Callahan enfadado y asustado en el pozo de sus miserias y, después, una charla motivacional impartida por un Callahan ya rehabilitado y relajado sobre un escenario. Entre estas dos situaciones se intercalan varias subtramas torpemente presentadas y desarrolladas de tal forma que parece que todas ellas pasan por casualidad. Un romance, el encuentro de Callahan con el dibujo, la controversia de sus viñetas, los problemas con el centro de rehabilitación y la obsesión, cercana al trauma, causada por la ausencia de su madre que le abandonó cuando era niño. Hay momentos brillantes y otros vergonzosamente cursis -¡ay! esos fantasmas-, entre ellos viñetas de Callahan animadas que resultan muy ingeniosas. Aunque lo que realmente hay es, sobre todo, una sensación de que la mezcla resulta inconexa.
Gus Van Sant pone el acento en el camino terapéutico de Callahan a través de su búsqueda de conciencia y el perdón hacia los demás y el mismo. Alcohólico, tetrapléjico y huérfano, son tres luchas simultáneas contadas de una manera tan recurrente en tópicos que no deja espacio para sorprender. Es cuando se aleja de eso y deja aflorar el humor y el carisma de sus actores cuando la película alcanza sus mejores cotas. Aunque nunca llega a alcanzar el espíritu de las viñetas originales de Callahan que, con su humor y perspicacia, provocan risa y reflexión, además de mostrar mucho mejor que la película el talento y el complicado y fascinante carácter de su dibujante. En resumen, la suya fue una vida mucho más fascinante que la película.
