Reseña de ‘El infiltrado en el KKKlan’
Vivimos tiempos poco dados a la sutileza. Debates convertidos en espectáculos protagonizados por bufones, líneas editoriales que han dejado la ética y el rigor olvidados en un cajón y se han consagrado a la publicidad de su amos, titulares a la caza del click a costa de la exageración y el morbo… Todo esto se refleja en líderes políticos que triunfan a base del exabrupto, la grosería, el insulto y las mentiras disfrazadas de medias verdades. Ahí tenemos a Salvini, a Le Pen, a Orban o al aprendiz Casado. El líder de todos ellos, el máximo exponente de estos cabecillas del odio al diferente y la exaltación de lo que consideran propio y auténtico es Donald Trump. Síntoma claro de la deriva política y social de nuestros días.
Spike Lee, el combativo director de películas como Haz lo que debas o La última noche, ha querido reflejar todo esto en El infiltrado en el KKKlan, su última película. Lo curioso es que lo hace echando la vista atrás, a finales de los años 70, a partir de un curioso hecho real: el de un policía negro que se infiltra en el Ku Klux Klan. En realidad lo hace por teléfono y luego es su compañero blanco el que se infiltra, pero la anécdota tiene menos gracia así contada.
Tras un buen comienzo protagonizado por un gran Alec Baldwin en una de las mejores secuencias de la película, el guión se centra en la historia en si. En la anécdota, porque tampoco es que la historia de para mucho, sobre todo cuando Spike Lee renuncia a contextualizar el relato y se le ve mucho más preocupado por sacar los paralelismos -muchos- del discurso de Trump (y de sus imitadores) con el del Ku Klux Klan. Lo hace desde el humor aunque a veces la caricatura se parece demasiado, lamentáblemente, a la realidad. Es lo que tiene intentar ridiculizar a líderes ridículos, que es difícil superarlos. Durante la película nos encontraremos con varios eslóganes de Trump en boca de otros –Make America Great Again, America First– o con comentarios sobre los tiroteos de los policías blancos a la población negra. No tienen demasiado rigor histórico, pero Spike Lee no lo busca. Como dicen en Italia: se non è vero, è ben trovato. Spike Lee se olvida de sutilezas y opta por los subrayados y la brocha gorda. Como me dijo Iñaki: «una película de brocha gorda para un presidente de brocha gorda«.
John David Washington (hijo de Denzel) y Adam Driver muestran su bis cómica en dos buenas interpretaciones. En general, todo el reparto cumple con solvencia en unos papeles sin ningún tipo de matiz o arco dramático. La película funciona más como una sucesión de sketches, algunos más brilllantes que otros, que avanza con buen ritmo y logra que no le pesen las algo más de dos horas de su metraje aunque tampoco hubiera pasado nada por usar un poco de tijera. Formalmente BlacKKKlansman está llena de recursos Made In Spike -encuadres en diagonal, pantallas partidas, el Dolly Shot– que tampoco aportan gran cosa a una película que tiene el regusto de desahogo urgente por la situación actual y el auge del racismo en Estados Unidos.
Tras amagar un final en una secuencia realmente sonrojante y totalmente innecesaria, la película termina intentando ensalzar la victoria del policía negro y ridiculizando al KKK. Lo cierto es que esta es una de esas historias en que los malos caen más por su ineptitud que por la brillantez del protagonista (efecto Indiana Jones y el Arca Perdida). Después de esa escena, después del final, Spike Lee recupera imágenes reales del líder del KKK y de los disturbios de Charlottesville. Es entonces cuando el relato coge realmente fuerza. Porque estos energúmenos no son un mal chiste o el sketch de una película, estos energúmenos están ahí y ahora se sienten respaldados. Cuidado.