Reseña de Dogman
Tras su fallido paso por la fantasía con aroma clásico en El cuento de los Cuentos, Matteo Garrone recupera el tono realista y vuelve a los suburbios de Italia que tan bien reflejara en su trabajo más reconocido, Gomorra. El resultado es una más que notable crónica en negro sobre la dificultad de la bondad en un entorno despiadado en el que los fuertes aplastan a los más débiles hasta asfixiarlos. Una historia que no es solo de la Italia de hoy en día, más bien es universal y atemporal, pero que adquiere un significado que va más allá de la historia concreta si pensamos en el devenir social y político del país transalpino, en cómo están reaccionando a años de abusos y decepciones.
Dogman se inspira en unos sucesos reales que ocurrieron en Roma a finales de los años 80 y que no voy a detallar para no desvelar el final de la película. Lo que si puedo hacer es destacar que a Matteo Garrone, más que el titular, le interesa el camino recorrido hasta llegar al desenlace. Las relaciones entre los protagonistas, el peso de la lealtad y la traición, de la amistad y el abuso, del poder y el miedo. Así, la película sigue a Marcello, un humilde y sonriente dueño de una peluquería canina que sufre, como sus vecinos, los abusos de Simon, un salvaje matón, ladrón y cocainómano que campa a sus anchas por el barrio. Marcello, para sacarse un sobresueldo, trapichea con cocaína entre sus vecinos, Simon incluido.
Para recrear el entorno el director italiano ha regresado a las afueras de Nápoles, a Villaggio Coppola, un barrio en el que rodó El taxidermista (L’imbalsamatore) y algunas escenas de Gomorra. Es un lugar decadente, cuyos mejores años quedaron atrás hace mucho tiempo y que el extraordinario trabajo de fotografía de Nicolai Brüel convierte en un lugar mágico, hermoso por lo que evoca de su pasado y a la vez tenebroso por lo que se intuye como su futuro. Un entorno y una sensación perfectamente asociados a estos personajes en concreto y al momento socioeconómico italiano en general. El barrio se convierte en una jaula de la que sus habitantes no saben salir. Sueñan con un mundo mejor que ven a través de los barrotes en sus pantallas de ordenador y televisión, mientras confían en que la suerte en las tragaperras les saque de allí. Si el trabajo no les da suficiente, allí mismo tienen un comercio de Compro Oro o la posibilidad de pequeños delitos.
Garrone capta a la perfección ese entorno asfixiante y claustrofóbico combinando planos muy cerrados y cercanos con otros generales en los que las luces y los colores van cediendo su espacio a los las sombras y los grises del mismo modo que el sol va dejando sitio a las nubes y la lluvia. Dogman es una película de muchísima fuerza visual, pero Garrone tiene la habilidad de que la cuidada planificación y belleza no resten ni un ápice del tono cercano y realista de la historia. Tampoco de su dureza. Sin perder el pulso y sin acelerarse tampoco, combinando momentos tiernos con otros violentos, trágicos o tragicómicos, Garrone va subiendo la presión hasta que todo estalla. Con un cierto tono de fábula, vemos como Marcello comienza siendo feliz trayendo la pelota que su dueño le tira una y otra vez para divertirse, más tarde busca fielmente la caricia de su amo aunque este lo apalee sin piedad, para terminar revolviéndose como un animal rabioso y peligroso.
De todas formas, por más que la dirección de Garrone sea exquisita, Dogman no funcionaría sin un actor en estado de gracia como Marcello Fonte. Un actor prácticamente desconocido hasta esta película, desde ahora ganador de un premio a mejor actor en Cannes. Su capacidad de transmitir bondad, alegría, miedo, vergüenza, impotencia, rabia o desesperación traspasa la pantalla y lleva su personaje más allá de lo que marca el guión. Sin duda, una de las mejores interpretaciones del año.