Ricardo FernándezEn la última escena de La favorita, la última película de Yorgos Lanthimos, suena Skyline Pigeon de Elton John. Los primeros versos de esa canción dicen «Libérame de tus manos, déjame volar a tierras lejanas”. La canción de alguien que sueña con la libertad y verdes valles de esperanza y felicidad. Libertad que les falta a las tres protagonistas de la película, por más que una de ella sea la mismísima reina de Inglaterra.
La favorita es una especie de loca mezcla entre Eva al desnudo y Las amistades peligrosas pasada por el irreverente estilo de María Antonieta y que, como aquella, interpreta libremente unos hechos reales. La corte real inglesa del S.XVIII es el tablero donde la Reina Ana Estuardo (Olivia Colman), su íntima amiga la Duquesa de Marlborough (Rachel Weisz) y Abigail (Emma Stone), una prima de la duquesa caída en desgracia dispuesta a todo para recuperar la posición de su familia, despliegan sus retorcidos juegos de poder y seducción. Una auténtica guerra de poder con consecuencias para la política del país y las guerras que en ese momento le enfrentan con Francia.
Un mundo plagado de excesos y absurdos gobernado por personas ignorantes e incompetentes (tres siglos después me pregunto si esto ha cambiado tanto) en el que los hombres juegan a arrojar tomates a hombres desnudos o una ignorante Reina regala castillos para celebrar victorias que aún no se han producido mientras sube los impuestos para sufragar las guerras que aún siguen librándose. Todo esto lo recogen Lanthimos y su director de fotografía Robbie Ryan a través de grandes angulares y ojos de pez que exageran ridículamente lo grotesco de la grandeza y opulencia de la corte. Pasillos interminables deformados por la lente, estancias inabarcables con perspectivas irreales, perfectas para reflejar las vidas de quienes parecen ver el mundo que rodea sus palacios como una extravagancia anómala. Los poderosos, ya se sabe, que gobiernan al pueblo llano aunque tienen una visión tan distorsionada de él que no saben lo que necesitan y ni siquiera les importa.
Pero La favorita no es solo un acertado derroche visual, es también un interesante guion que, por primera vez, no firma el propio Lanthimos sino Deborah Davis y Tony McNamara. Sin embargo hay mucho de la esencia de Lanthimos en el guión: su gusto por el humor absurdo, la sátira y la misantropía. Eso si, La favorita es un Lanthimos completamente nuevo, más natural y que ha liberado a sus actores del hieratismo que encorsetaba sus interpretaciones en el resto de su filmografía. Aquí da rienda suelta a tres magníficas actrices que devoran la pantalla en cada plano. Olivia Colman despliega todos los matices de poder y debilidad de su personaje, Rachel Weisz impone con su arrolladora y poderosa presencia y Emma Stone sabe seducir y sacar a relucir su vis cómica -puede provocar un gag con solo levantar una ceja- en cuanto tiene ocasión. No es de extrañar que las tres estén nominadas al Oscar.
Tres mujeres sobreviviendo en un mundo cruel y haciendo uso de las armas de las que disponen. ¿Son malas o son supervivientes? La percepción de cada una de ellas va cambiando a lo largo de la película. La reina es caprichosa e infantil, la responsabilidad le abruma; pero es difícil juzgar con severidad a alguien que ha perdido a diecisiete hijos y lo cuenta diciendo ”algunos nacieron con sangre, otros sin aliento, y otros estuvieron conmigo por un tiempo muy breve. Cada vez que uno que moría, un poco de mi se iba con ellos”. Aunque sea la Reina su único poder real es el de hacerse querer aunque sea un amor falso que no le satisfaga. Por otro lado el comportamiento de Lady Marlborough y Abigail en la victoria y la derrota les distingue. Es difícil saber dónde termina la amistad y el amor y comienza el interés, o qué es instinto de supervivencia y qué es puro egoísmo y maldad. Esto también es muy característico de Lanthimos, alguien a quién le gusta poner en duda las estructuras y convencionalismos sociales.
La favorita combina humor y drama, hechos históricos con histrionismo, para dibujar un mundo cruel en el que todos son potencialmente monstruos. Por la necesidad de sobrevivir en ese entorno salvaje o por la borrachera de poder cuando lo adquieren. Todos quieren ser libres, pero tienen que contentar a quienes están por encima de ellos. La persona que está en lo más alto de esta pirámide vive encerrada en la jaula de las dudas de cuánto hay de verdad y cuánto hay de mentira en lo que recibe. Hay una escena en la que Rachel Weisz baila de una manera anacrónica, actual, más cercana a los tiempos actuales que al S. XVIII. Quizá ese baile no sea lo único que parece de hoy en día en esta magnífica película.
