Reseña de Hasta siempre, hijo mío
Wang Xiaoshuai es un cineasta muy premiado en grandes festivales. Con La bicicleta de Pekín ganó el Premio del Jurado de la Berlinale, con Shangai Dreams también ganó el Premio del Jurado pero esa vez en Cannes de 2005 y con In Love We Trust fue el premio de mejor guión de nuevo en Berlín. Este año, con Hasta siempre, hijo mío el premio ha sido doble, mejor actor y mejor actriz para Wang Jingchun y Yong Mei, de nuevo en la Berlinale.
Hasta siempre, hijo mío es una compleja crónica familiar llena de elementos melodramáticos como traiciones, dolor, arrepentimiento y remordimiento, pero también es una muestra de la evolución política china a lo largo de las cuatro décadas que van desde principios de los 80, justo después de la Revolución cultural, hasta la actualidad con China siendo una pieza fundamental del turbio juego capitalista. Una historia que, de manera fragmentada y con constantes elipsis y saltos adelante y atrás en el tiempo, recorre el país de norte a sur, del campo a la ciudad, reflejando las consecuencias que las políticas del hijo único y de la deriva hacia el capitalismo provocan de manera profunda en los protagonistas (en la sociedad en general) afectando a sus comportamientos y su propia forma de ser.
La historia gira en torno a Yaoyun (Wang Jingchun) y su esposa Liyun (Yong Mei). Les veremos como una pareja feliz y enamorada en cierto momento de sus vidas, pero también les veremos perder a su hijo ahogado mientras jugaba en un embalse, sufrir con la rebeldía de su siguiente hijo, mudarse de ciudad, padecer crisis de pareja… toda una serie de cambios y etapas que se suceden a la vez que el propio país va cambiando. Como ya decía, estos sucesos no los presenta Xiaoshuai de manera lineal, sino que de la mano de Lee Chatametikool (montador habitual de Apichatpong Weerasethakul), opta por una narración desordenada que alterna décadas y localizaciones. Esta decisión, aunque genera cierta curiosidad por llenar los huecos y las lagunas, puede resultar un poco compleja al principio, pero le sirve a Xiaoshuai para situar en paralelo situaciones y problemas que se repiten a lo largo del tiempo, y remarcar como el fondo de muchas cosas apenas cambian aunque sí lo haga su envoltorio. De todas formas, es cuando la película encaja todas sus piezas, todas las líneas confluyen y la narración se vuelve lineal y en tiempo presente, cuando la película gira de una manera inesperada y adquiere un tono íntimo y sentido realmente emocionante y desgarrador, lleno de humanidad. Un cine que recuerda al de Jia Zhang-Ke pero con el carácter melodramático y humano marcado de una manera más evidente.
Xiaoshuai rueda de una manera sobria y contemplativa, con clasicismo y un tono cercano al naturismo en el que cada plano esconde un buen puñado de matices y cierta belleza que no rebaja la miseria y el dolor que muchas veces quiere transmitir. Esta contención, sutileza y amplitud de matices se repite también en el premiado dúo protagonista, Wang Jingchun (Las flores de la guerra) y Yong Mei (The Assassin), incluso en los momentos más melodramáticos que resultan, de esta manera, realmente contundentes pero nos permiten no perder la perspectiva histórica.
Con la canción Auld Lang Syne repitiéndose acertadamente a modo de despedida de las diferentes épocas, Hasta siempre, hijo mío es una película que a pesar de su desgarradora historia y entorno, logra mantener la humanidad y la esperanza hasta el final, como los dos protagonistas ya ancianos que después de haber sido golpeados por los avatares de la vida una y otra vez entrelazan sus manos asustados por las turbulencias del avión y dicen sonrientes, “es divertido que aún tengamos miedo a morir a pesar de todo”.