Reseña de ‘Mientras dure la guerra’
El otrora niño de oro del cine español, Alejandro Amenábar, ganador del Goya con su ópera prima –Tesis-, adaptado en Hollywood, ganador del Globo de Oro, rompedor de récords de taquilla, hace tiempo que no tiene el éxito de antaño. Agora, en 2009, es su último gran éxito en la taquilla española, aunque estaba diseñada para triunfar a los dos lados del Atlántico y no fue así. No volvió a rodar hasta seis años después, cuando inauguró el Zinemaldia con Regresión, una película que pasó sin pena ni gloria a pesar de contar con Ethan Hawke y Emma Watson. Ahora vuelve a San Sebastián con Mientras dure la guerra, su regreso al cine en castellano y con reparto nacional. Una película que viene también acompañada de una potente campaña de publicidad y que quizá funcione en taquilla, no lo sé, pero que contiene todos los elementos que han hecho que a Amenábar tenga una nutrida legión de detractores y que, en mi opinión, también tienen sus tres últimas películas.
Alejandro Amenábar tiene muy claro el hecho histórico que quiere contar -los primeros días del alzamiento nacional y el cambio de postura de Miguel de Unamuno que acaba en el famoso discurso de “venceréis pero no convenceréis”- así como el mensaje que quiere transmitir -los extremos son malos, sean de izquierdas o de derechas- y eso no es debería ser un problema, todo lo contrario. Saber lo que quieres hacer es genial, siempre y cuando no sacrifiques todo para hacerlo. Y con todo me refiero a la credibilidad, al desarrollo de personajes, al tono y a básicamente las cosas que hacen que una película destaque y no sea un producto hecho siguiendo un manual de instrucciones.
Muchos pensaréis, ¿credibilidad? Si está basada en hechos históricos y muy bien documentada y si, es cierto. También una caricatura está basada en una persona real que puede estar delante del dibujante, pero eso no la hace creíble. Y ojo, que una caricatura puede destacar ciertos elementos y servir para construir un mensaje. Ahí tenemos algunas viñetas cómicas o sátiras televisivas, pero no funciona así en los dramas históricos. Amenábar hace una caricatura de todos sus personajes y, por extensión, de la historia. Unamuno, Salvador Vila, Atilano Coco, Millán-Astray, Franco… todos son reducidos a caricaturas. Es cierto que hay personajes como Millan-Astray que de puro exagerados resultan caricaturescos en la vida real, pero lo interesante de ellos y del momento no es eso, sino la persona detrás de los gestos, las manías, los chistes y las exageraciones. Los personajes de la película sólo existen para dar la réplica a Unamuno y Amenábar no se ha molestado en profundizar ni un poquito más.
El tono, por supuesto, es imposible de mantener con unos personajes así dibujados y hay muchos momentos de comedia involuntaria. No esos momentos en que uno se ríe con la película sino de los que uno se ríe de la película. Además, ese no es el único problema con el tono de la película. El mayor problema es que en Mientras dure la guerra las emociones son como los personajes, planos y meros elementos del guion. Es como si un regidor de televisión saliera con un cartel que pusiese “emoción”, “risas”, “lágrimas”. Metáforas anunciadas, planos bucólicos, música recargada y cursi que el mismo compone, niños tristes… Amenábar no tiene ningún pudor. Tampoco nada de sutileza.
Lo que tiene son muchos medios para lograr un gran diseño de producción, una elegante fotografía, planos vistosos y un reparto lleno de actores famosos. No es mala opción coger a Karra Elejalde para eso, no; pero para eso yo prefiero Ocho apellidos vascos.