Reseña de Monos
La jungla, unos niños guerrilleros, una americana secuestrada, es todo el contexto que necesita el colombiano Alejandro Landes para ambientar su película Monos. No especificará el país, ni a qué organización pertenecen los niños guerrilleros, ni quienes son sus enemigos. Ni falta que hace porque la situación es suficientemente conocida por todos y, aunque la nacionalidad del director nos haga pensar en las FARC, por desgracia se repite con demasiada frecuencia en distintas partes del globo. Alejandro Landes prefiere centrarse en explorar las sensaciones y los sentimientos antes que desarrollar un relato o una historia. Una apuesta valiente y no del gusto de todo el mundo, que ha dado como resultado una intensa y estimulante película.
Monos comienza presentándonos a un grupo de jóvenes, algunos más cerca de ser niños y niñas que de ser adolescentes, jugando despreocupados en una aislada montaña mientras se llaman unos a otros a través de apodos: Rambo, Lobo, Pitufo, Leidi, Bum Bum. Por un momento se podría pensar que están en un campamento de verano, incluso cuando un hombre enano les trata con maneras de oficial militar. Junto a ellos una mujer norteamericana que apenas habla español y a la que tan pronto hacen partícipe de sus juegos como la tratan de una manera humillante, aunque más por una actitud infantil que por propia maldad. Son jóvenes inmaduros que buscan su lugar con la curiosidad, la excitación y el miedo propio de esos años. También están solos y armados, sin más referente que un autoritario régimen militar basado en la fuerza, la violencia y la cadena de mando. Peligroso cocktail como bien sabe cualquiera que haya leído -o visto- El señor de las moscas.
Con estos ingredientes está claro que Monos se trata de un viaje hacia la pérdida de la inocencia, del divertido y bullicioso caos juvenil al angustioso caos moral y salvaje de la guerra. La transformación de las travesuras en crueldad, de las bromas en castigos. El abandono de la libertad y la exploración -sexual, sensorial- por un régimen de poder, normas y jerarquías. Alejandro Landes plasma este viaje a los infiernos de una manera muy plástica, muy sensorial, sacando muchísimo partido del entorno que rodea a los jóvenes. Apoyado en el espectacular trabajo de fotografía de Jasper Wolf y en la no menos espectacular música de Mica Levi (Jackie, Under The Skin), Landes consigue construir una atmósfera opresiva donde la suciedad, la humedad, el frío y el calor casi se pueden sentir y la belleza del entorno se va convirtiendo en una opresiva prisión en la que el peligro siempre acecha. Como decía en el primer párrafo, al director le interesa más este mundo de sensaciones que la narración lógica y estructurada, su intención parece ser la de sumergir al espectador en el torrente de sensaciones atropelladas de los protagonistas, en la pérdida del control y de su brújula moral.
No se olvida Landes de la doctora, la mujer norteamericana secuestrada a la que da vida una estupenda Julianne Nicholson –Agosto, ‘Yo, Tonya’-. La única actriz profesional de la película realiza, sin apenas diálogos, una poderosa y muy física interpretación de un personaje que pasa de las resignación a la desesperación y el miedo mientras observa el viaje a la locura de sus captores. A veces es fuerte y otras vulnerable, a veces bordea la locura, otras se muestra fría y calculadora, a veces aparece huidiza y temerosa, otras cercana y seductora… pero siempre igual de creíble y siempre mostrando el mismo sentimiento: el deseo de sobrevivir. Suyos son algunos de los momentos más duros y emocionantes de la película.