La película comienza con una cita de Kierkegaard:
¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño.
Esto nos sitúa muy rápido en el tema de la película: hombres mayores en crisis. Es todo un género. Otro es el de mujeres mayores en crisis. Sí, son géneros distintos, no confundamos, nosotros somos más ridículos ahí. Podríamos situar esta película en la línea de American Beauty, aunque sin ser tan cínica. Momento de parar, resituarte en tu matrimonio, en tu trabajo y tus amigos y ver, básicamente, qué es lo que estás haciendo mal. Te estás haciendo mayor pero como dice Indiana Jones, no son los años, es el rodaje.
La película comienza con un desparrame juvenil digno de Spring Breakers, con una música jugona a todo volumen y montaje enérgico. Los vómitos entendidos como parte de la normativa del juego. A esa edad está bien visto hacer tonterías. Es casi hasta necesario. Después llegarán los profesores, ya mayores y serios, algunos de ellos padres de familia, que beben con la exquisitez de un burgués y la moderación que se le presupone a una persona de esa edad. El alcohol, por supuesto, va a ser el centro de la historia pero no hace más que representar la despreocupación, la alegría y la tontería de la juventud. Como el joven de Verano del 85 que pisa el acelerador para encontrar un instante que nunca llegará. Una luz desbordante que se va perdiendo con la edad. En parte, afortunadamente, porque no podríamos vivir en una buena sociedad si mantuviéramos esa intensidad para siempre, pero en parte también se pierde algo esencial en nosotros: la pasión.
Los protagonistas de Druk han perdido la pasión. La pasión por su trabajo, la pasión sexual, la pasión por la vida. Cuando uno de ellos se rompe -fabuloso Mads Mikkelsen como siempre- deciden probar algo. Un experimento. Es la forma elegante de decir que necesitan sentir otra vez la locura de la juventud. Desfasar un poco. Pero como son profesores necesitan darle un patético barniz intelectual. Podrían haberse apuntado a baile o tenis, pero entonces la película no sería lo provocadora que su director, Thomas Vinterberg, quiere que sea. Plantear que un grupo de profesores -quizá el gremio al que exigimos mayor corrección- vayan a al trabajo con una petaca, es toda una provocación para el espectador. Una provocación que creo muy necesaria en los tiempos en qué vivimos. Claro que es chocante ver a un profesor ofreciéndole alcohol a un alumno para que apruebe un examen y si lo llevamos a lo general, sería algo inaceptable. Otra cosa es la puntual desobediencia de las normas, desde la humanidad, la comprensión, la excepcionalidad. El cine siempre ha sido el lugar donde a veces está bien saltarse las normas de vez en cuando.
Los profesores consiguen un vínculo humano con sus estudiantes. El director no está, evidentemente, defendiendo el alcohol en el trabajo (aunque en rueda de prensa ha dicho que puede llevarnos a otros lugares), sino trabajar con pasión, llegar al alumno, mojarse. Como si estuvieras empezando. Una de las cosas más tiernas de la película es la relación entre el entrenador y el Gafitas. Es de todo menos ortodoxa, pero es humana y positiva para ambos. No evita Vinterberg los problemas asociados al abuso del alcohol de ninguna manera, pero a pesar de mostrar el drama no se pone moralista. Lo plantea como un lubricante social que te puede ayudar o puedes resbalar con él.
Vinterberg plantea la película con mucho ritmo, divertida, cómplice. No pierde de vista el drama ni la ternura, pero siempre, hasta en los peores momentos, apuesta por una mirada vitalista. Acaba como deberían acabar todas las películas, con un baile de celebración de la vida. En eso también está genial Mads Mikkelsen. No importa la edad que tengas, si has perdido tu pasión, recupérala. Y si para ello necesitas una copa de vez en cuando… ¡Salud!
Este texto ha sido escrito bajo los efectos moderados del alcohol.