Ricardo FernándezReseña de Le sel des larmes
Le sel des larmes es la última película del francés Philppe Garrell, un cineasta con más de cinco décadas de carrera orbitando alrededor de la idea del amor, las relaciones, la pasión y los celos. Películas que habitualmente están bañadas de una falsa ligereza que no oculta análisis más complejos por debajo. No en esta ocasión. En esta historia de un joven que va de su pueblo a París, regresa al pueblo una temporada antes de abandonarlo para ir, de nuevo, a París y en cada periodo se enamora, o se encapricha, de una mujer distinta, la ligereza se vuelve simplicidad y, quizá, se transmite cierta desgana.
Philippe Garrell es francés, como decía, y se nota. Quizá porque él mismo ha sido uno de los encargados de ayudar a crear ese imaginario colectivo que representa Francia en la gran pantalla. El blanco y negro, el joven guapo elegantemente desgarbado, París y el campo, los pequeños bares y el amor flotando en el aire. Todo está en la película, basta una leve mirada para saber que la película es francesa, de hecho solo sorprende que el protagonista esté estudiando ebanistería y no literatura o cine, que no haya discusiones sobre Molière o Truffaut. Remarco esto porque es una de las características de la película, está construida sobre tópicos.
Es cierto que los tópicos se basan en realidades, pero también es cierto que no son la realidad. Como elementos para una comedia pueden funcionar muy bien -que se lo digan a Cobeaga– pero cuando se trata de intentar reflejar algo tan complejo como el hacerse adulto, romper el destino familiar, el miedo al compromiso, la idealización del amor y el aprender a base de caídas, entonces es mejor no recurrir al tópico. Es más fácil porque todos los conocemos y no hace falta desarrollarlos, pero limita tanto la película que ojala los hubiera evitado. Recurrir a ellos me hace pensar en la desgana que mencionaba unos párrafos más arriba.
Además, si se van a utilizar tópicos por lo menos que sean los correctos. Una película ambientada hoy en día en la que los jóvenes se mandan cartas, se apuntan las direcciones con bolígrafo en la palma de la mano, jamás usan el móvil o ligan con frases del estilo de «estudias o trabajas» resulta totalmente desfasada. Increíble, en el sentido literal de la palabra. Viendo la película dudé durante un tiempo en qué época está ambientada la película por todos estos comportamientos anacrónicos y, quizá también, por el retrato que hace de las mujeres de la película, lejos de las mujeres de hoy en día.
Hay belleza en sus imágenes, sí, faltaría más tratándose de Garrell, buenas interpretaciones (todas las actrices elevan sus personajes muy por encima del guion) y alguna escena para el recuerdo; pero no sostienen un conjunto muy anodino y, más que ligero, olvidable.
