Con su sello de la selección oficial del Festival de Cannes y tras su paso por el Festival de Toronto llega al Zinemaldi la ópera prima del brasileño Joao Paulo Miranda Maria una buena combinación de cine político y de denuncia social y elementos fantásticos.
La película arranca cuando a Cristovam, un hombre ya maduro negro del norte rural, es obligado a desplazarse a una antigua colonia austriaca del sur para trabajar en una fábrica de lácteos. Su origen y el color de su piel no parecen lo mejor para integrarse en la nueva comunidad racista y xenófoba en la que debe vivir. En ese entorno hostil, encuentra refugio en la casa del título, un viejo edificio aislado en el que de forma misteriosa aparecen fantasmas, espíritus e instrumentos para su invocación.
Sin una trama argumental convencional más allá de la tensión creciente entre Cristovam y los habitantes de su nuevo pueblo, pero con una atmósfera mágica y sugerente y tirando de alegorías y simbolismo, Miranda Maria enfrenta la modernidad, los ambientes impersonales y asépticos o simulados (ese comedor presidido por ese gran cuadro de las montañas alpinas) de la fábrica, con la oscuridad, la excelente fotografía en claroscuros de Benjamín Echazarreta, la tradición, el misterio, el folclore y los espíritus telúricos de la casa de antigüedades.
Una demostración de que es posible hacer cine político y de denuncia social, de criticar el nuevo colonialismo y el capitalismo voraz, la xenofobia y el racismo partiendo de elementos mágicos y apelaciones al cine fantástico.