Reseña de La hija de Manuel Martín Cuenca
La nueva película de Manuel Martín Cuenca es, sobre el papel, una turbia historia sobre una menor embarazada que se escapa de un centro de menores. Le ayuda un matrimonio que quiere quedarse con su futura hija porque ellos no pueden concebir. Como suele pasar, el “plan perfecto” que habían ideado se va complicando por momentos y la situación se va volviendo insostenible. No es demasiado spoiler por dos razones. La primera es que esa es una de las claves del género y de este tipo de películas. La segunda es que esta película está tan cartografiada y anunciada que nada sorprende. Tampoco se le aprecia la turbidez y el dolor que, sobre el papel, tiene un argumento como este.
Martín Cuenca vuelve a trabajar junto a Javier Gutierrez, como ya hiciera en El autor, presentada en el Zinemaldia de 2017. Un actor extraordinario del que poco nuevo se puede decir a estas alturas. Le acompañan Patricia López Arnaiz, quien el año pasado recogió cientos de elogios por su intensa interpretación en Ane, y la joven debutante Irene Virgüez. Ninguno de los tres consigue elevar su personaje más allá de las líneas de guion. Seguramente porque no les dan apenas un resquicio para agarrarse, todo es esquemático, encapsulado, ordenado. Con la pulcritud, precisión y asepsia que uno espera encontrarse en un quirófano. La labor de un director es dar vida con imágenes a la historia, que lo que vemos, oímos y sentimos, refuerce el guion, la historia. En cambio, Martín Cuenca da la sensación de que ha rodado esta película siguiendo un libro de instrucciones sin preocuparse por los personajes. Técnicamente perfecto, eso sí.
Una frialdad gélida recorre cada diálogo y cada encuentro; pero no siento el frío de la sierra cuando nieva, ni el dolor de un parto, ni la fatiga del cautiverio, ni la desesperación de una mujer incapaz de cumplir su deseo de ser madre. Tampoco la pasión adolescente de dos jóvenes enamorados. Nada. ¿Por qué? El reparto es bueno, por lo menos los rostros conocidos, los encuadres están medidos, la música parece la adecuada… puede que sea cosa mía o puede que simplemente falten esos intangibles que hacen de una película algo más. Dar contexto a los personajes, dar aire a los diálogos, cuidar los detalles del entorno, hacer sentir frío, cansancio y dolor a los personajes cuando se mueven.
Tampoco ayuda la gestión de la información. Cada elemento que aparece en pantalla -una pistola, una cuchara, un policía- parece ser un anuncio de lo que pasará en el siguiente acto. Como las series de televisión de antes, que daban imágenes del siguiente episodio. Eso en un thriller no es buena idea. El final, que tarda en llegar más de lo necesario porque está claramente anunciado, parece levantar algo aunque sea más por acumulación de elementos que por efectividad. Uno de los pocos momentos en que la película se siente natural, tensionada, agobiante. Quizá porque lo protagonizan unos perros y a esos es más difícil controlarlos e impedir que actúen con instinto.