Reseña de Las leyes de la frontera, de Daniel Monzón
Daniel Monzón, el dírector de Celda 211 y La caja Kovac, vuelve a hacer tándem con su guionista habitual, Jorge Gerricaecheverria colaborador habitual también de Alex de la Iglesia. Lo hace para adaptar la novela de Javier Cercas, Las leyes de la frontera. Un relato ambientado a finales de los 70 en España, un verano en el que Nacho (Marcos Ruiz) un joven de Girona, que viene de familia charnega y que sufrer bullying en el instituto, se siente atraído por Tere (Begoña Vargas), una chica gitana, y comienza a frecuentar con una pandilla de jóvenes del barrio chino que le descubrirán un mundo de pequeños delitos y diversiones desconocidas para él.
Con ese argumento, ambientado en esa época y en ese entorno, lo primero que viene a la cabeza es el cine quinqui que se rodó en España en aquellos años. Películas como Yo, «El vaquilla», Perros callejeros, Colegas o Navajeros. Daniel Monzón está claro que los tiene en mente, porque trata de recrear todos sus lugares comunes; pero su propuesta es distinta. Para empezar porque aquellas películas estaban protagonizadas por auténticos quiquis. No contaban historias de oídas o tenían que investigar a sus personajes, eran ellos mismos. La frontera entre realidad y ficción era muy difusa, algo que no ocurre, ni remotamente, con la película de Daniel Monzón. Para continuar porque aquellas películas no estaban hechas pensando en gustar a todo el mundo.
Uno espera que el cine quinqui huela a barrios de esquinas meadas y goma quemada, que las drogas sean un peligro, que se sienta en cada momento que no hay luz al final del tunel. Pero la de Daniel Monzón es otra película. No huele, no es áspera, no es de verdad. Es una especie de recreación en cartón piedra de aquellos escenarios, despojados de peligro y alma. Cine quinqui pasado por el filtro de atresmedia para todos los públicos, tan blando como las versiones de grupos de rock y punk creados para sonar en radiofórmulas. ¿Drogas? Sí; pero solo porros, que la heroína da miedo. ¿Delitos? Sí, pero sin demasiada sangre, que la violencia crea distancia con los personajes. ¿Pobreza? Sí, pero de lejos, que no queda bonita en pantalla. Son quinquis de postal
En medio de toda la serie de clichés y canciones del momento, además de la banda sonora de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, un triángulo amoroso entre Nacho, Tere y Zarco (Chechu Salgado), el jefe de la pandilla. Sostenida sobre todo por la interpretación de los dos últimos, sus miradas y su gran presencia física, este triángulo otorga la humanidad necesaria para que los protagonistas no sean tan clichés como su entorno o el resto de personajes que les rodean. Con esto y con un buen sentido del ritmo, Daniel Monzón rueda una película que seguramente se acerque mucho a lo que quería ser, un producto reconocible, fácilmente digerible y que a mucha gente le resulte entretenido.