Después de una serie de exitosos cortos -que podéis ver en Filmin– Chema García Ibarra se lanza al largo, siguiendo la línea de sus anteriores trabajos pero aportando algo más. Es una película pequeña, en presupuesto, en equipo, en caras conocidas. Pero es grande en imaginación, en ambición y se ha dado un paseo por festivales, trayéndose del prestigioso Locarno una mención especial del jurado. Representa una tendencia en el cine español que trabaja la fantasía y la ciencia ficción desde el costumbrismo, la precariedad, lo ambiguo y lo sugerido. Una película irregular, diferente, con muchos aciertos y con la refrescante intención de mirar de otra manera.
La asociación ufológica OVNI-Levante se reúne en un barrio de Elche. El logo de la asociación es un maravilloso ente con forma de la Comunidad Valenciana que le da la mano a un OVNI. La tipografía del título que descansa sobre esta maravilla conceptual, por supuesto, es comic sans. Y es que Espíritu Sagrado es, entre otras cosas, una celebración de lo cutre. Aunque los diseñadores se mofan de la vulgaridad de esta tipografía, lo cierto es que está extrañamente extendida. Terminas encontrando lugares mágicos en los que confluyen varios establecimientos con carteles en comic sans. A alguien le han dado a elegir la tipografía y ha pensado “¡Esta! Me quedo con esta, es la que más me gusta”. No es una cuestión de dinero, las otras son igual de gratis, pero elijo la comic sans. Y la decoración de Egipto. Y los fotomontajes esotéricos. ¿Por qué renunciar a todo ellos por una cuestión de estética? Lo cutre es acogedor. Llámalo costumbrismo.
Hace poco vimos en la Semana de Terror una película, Dead & Beautiful, de multimillonarios aspirantes a vampiros. Participaban el fiestas privadas en el último piso de rascacielos por el mundo mientras buscaban dar un paso más para vivir al límite, y todo estaba filmado con estética publicitaria. Más allá de otras consideraciones sobre aquella película mediocre, lo que está claro es que de entrada resultaba un mundo bastante ajeno. Aquí tenemos a un grupo de gente sin muchas luces que se junta en el barrio, en los ratos libres de una inmobiliaria, básicamente porque mantener ese grupo hace que no desesperen en soledad. Forman un grupo, aunque sea de perdedores. No comen caviar ni sushi, en el bar tienen patatas con ajo que posiblemente lleven demasiado tiempo en el mostrador. Lo cutre es reconocible, lo cutre es lo más distintivo de las diferentes culturas porque cada uno es cutre a su manera. Lo cutre es patria y el patriotismo en sí mismo es cutre. Abrazar lo cutre nos protege del snobismo, aunque el mismo concepto de analizarlo nos devuelva a ello.
Y lo cutre también es una oportunidad para el cine español de guerrilla. Si tienes que mostrar el logo de la asociación y debe ser cutre, no necesitas una inversión en diseño como cuando la saga 007 necesita modernizar el logo de Espectra. Si tus secundarios son actores no profesionales que recitan su texto con artificialidad, complica aún más el texto, hazlo imposible de naturalizar y deja que el público disfrute de lo cutre de esa interpretación, porque detrás de esa artificialidad está la naturalidad de quien evidentemente es una persona del barrio, que no sabe actuar. Estamos viendo no al personaje, sino a las personas de ese barrio de Elche participando en la película. Cuanto más cutre lo hagan, mejor. Sí, en la posmodernidad lo artificial es signo de naturalidad. Los escenarios no tienen que ser los de la planta más alta de un rascacielos en Hong Kong. Son bares de barrio, oficinas humildes, cocinas, dormitorios mal decorados.
Hay cierto sector del cine español que lleva un tiempo jugando la baza del cine de guerrilla justificado. Nacho Vigalondo nos contó cómo nos invadían los aliens en Extraterrestre, centrando el foco en que Julia folla con Julio, aunque quizá su culmen en este sentido lo consiguió con la saga de cortos de Código 7, un space opera en una cocina. Carlos Vermut planteó una película de superhéroes en Diamond Flash, entre bares y habitaciones. Hay una tendencia de un grupo de autores que no se arrugan ante los bajos presupuestos, al contrario, son capaces de convertir la limitación en reto artístico. Piensan historias originales y mezclan géneros con imaginación demostrando que los rodajes humildes de interiores no tienen por qué ceñirse a comedias indies o dramas convencionales. Chema García Ibarra, desde su planteamiento costumbrista de barrio, flirtea con la jerga paranormal e incluso construye algunas imágenes de ciencia ficción, no permite que su presupuesto ponga límites a su imaginación. Hace todo esto sobre una propuesta formal cotidiana dejando que el fantástico se desarrolle principalmente en la mente del espectador, con algunos elementos sugeridos.
No quiero que se entienda con todo esto que aquí no hay un cuidado en la forma. Detrás de la comic sans, de los escenarios cutres y de las interpretaciones chanantes, hay un montón de ideas de buen cine. Uno de los mejores momentos lo tenemos con la escena del canguro, o la rana, o como sea que llamen en tu pueblo a esa atracción que da vueltas y vueltas, te sube y te baja y, ocasionalmente, te pega un remeneo; lo mismo que hace la propia peli, vaya. La escena es un plano fijo o un traveling, depende de cómo lo mires. Suena la desvergonzada versión de Zombie de Los sobraos, que es como la película, cutre pero talentosa, chabacana e hipnótica. La extraña nostalgia folclórica que desprende de la canción contrasta con su tralla maquinera de los 90, una fusión imposible que representa exactamente el popurrí emocional de lo que estamos viendo: la diversión infantil inocente con la felicidad de la adrenalina y, al mismo tiempo, un fondo que nos presenta una trágica mirada al lado más oscuro del ser humano. Tremendo. Un plano largo que es un acierto como una casa y que está muy lejos de ser un recurso obvio.
Esta fusión de emociones bien diferentes es una constante en la película y es uno de sus mejores valores. Aunque no cualquier espectador está dispuesto a pasar de la carcajada al escalofrío. El post-humor domina el tono y, sin embargo, lo que está contando la película es un drama durísimo que nos recuerda las cotas de maldad que puede alcanzar el ser humano. Es complicado porque estas emociones tan opuestas, en muchas ocasiones, conviven en la misma imagen. Un ejemplo de ello me lleva a otro de los momentos más asombrosos de la película. La imagen: uno de los protagonistas fregando un cacharro al fondo, mientras espera sumido en sus pensamientos. El sonido: un anuncio desternillante que promete una combinación imposible entre esoterismo ancestral y coaching empresarial, la conjunción definitiva de la venta de humo. Lo que el personaje cree o quiere creer que ocurre, dentro de una fantasía absurda. Y lo que intuimos que ocurre, fuera de plano, en una habitación y que es el puro horror real. Como espectador te tienes que comer esa escena con la que quieres reír y que te causa repugnancia, te hace pensar, y te muestra la enajenación y la cruda realidad. Una bomba perfectamente ejecutada. Y no necesita más que una fregadera al final de un pasillo y una voz en off.
El plano sobre el que aparecen los títulos de créditos es otra genialidad que conjuga un cierre de la trama con una metáfora que se puede entender de varias formas, entre la esperanza y la evasión del espíritu, al ritmo del Yeha Noha de Sacred Spirit, precisamente. Sinceramente, si todas las películas fueran un reto de las limitaciones de recursos que se gestan principalmente en la mente del espectador, acabaría hasta las narices. Pero de vez en cuando, resultan una demostración de talento refrescante.