Resten Af Livet (o Forever en su título internacional), de Frelle Petersen, ha llegado al Festival de Cine de San Sebastián siendo una de las tres candidatas al Oscar a mejor película en habla no inglesa por parte de Dinamarca y tras un exitoso paso por salas allí, contando como una familia muy unida se enfrenta al drama de la muerte de unos de sus miembros.
Frelle Petersen comienza presentando a una familia feliz celebrando un cumpleaños juntos y en armonía. Se llevan bien con sus vecinos, se apoyan entre ellos, son detallistas y solo tienen problemas del primer mundo que gestionan sin demasiadas dificultades. Esta familia está compuesta por Egon y Mare, un matrimonio con edad cercana a la jubilación, y sus dos hijos; Line, una mujer casada que trabaja con personas discapacitadas y está intentando quedarse embarazada; mientras que del hijo -no conocemos su nombre- solo sabemos que trabaja junto a Egon vendiendo café y tiene muy buena relación con su hermana.
Entonces llega una elipsis muy brusca que esconde un drama, la muerte del hijo/hermano. Todo ha cambiado por dentro, aunque por fuera apenas se note. Forever es un drama contenido, de esos que tanto abundan en el cine nórdico, en el que todo es civilizado. Frelle Petersen no carga las tintas en el drama y se centra en el vacío que deja la ausencia -todo un acierto el uso de la elipsis- y las diferentes maneras que tienen de enfrentarse a él Egon, Mare y Line. También de las tensiones entre ellos y con su entorno. A base de repeticiones de situaciones similares pero distintas cada vez, vemos evolucionar a los personajes, recordando un poco a lo que le gusta hacer a Hong Sang-soo; pero al estilo nórdico sobrio, es decir ordenado, casi cartesiano.
Todo lo que se ve es pulcro y coherente, estructurado y lógico. Incluso las discusiones. A veces se disculpan por haberse gritado, pero sería discutible que ese nivel de decibelios se pudiera llamar grito y, en cualquier caso, enseguida se arrepienten de haber perdido las formas. Es encomiable que Petersen no recurra a cargar las tintas del drama y a apilar miserias -algo que admiramos en películas como Una bonita mañana– pero todo está tan ordenado y transcurre de una manera tan lógica que la película peca de frialdad en momentos que deberían ser más pasionales, más viscerales que cerebrales. Lo mismo se puede decir de la forma de rodar e interpretar la película, todo está medido, correcto, estudiado. Es difícil poner alguna pega, también encontrar algo especialmente novedoso. Funciona como un reloj -después del tic, viene el tac- pero también tiene la misma emoción. Hay momentos para el humor con un vecino aficionado a la ornitología que deberían servir para aliviar el drama, pero que realmente lo que sirven es para insuflar vida a una película excesivamente estilizada y esterilizada.