Zinemaldia 2022: A Hundred Flowers de Genki Kawamura
La demencia y el alzheimer son un tema recurrente en el cine, el ejemplo más reciente es El padre, de Florian Zeller, que con gran habilidad ponía al espectador en el lugar del enfermo, generando confusión y mezclando realidad y delirio. Genki Kawamura, en cambio, utliza el recurso de mezclar líneas temporales, ubicaciones y personajes no tanto para descolocar al espectador y hacerle empatizar con el enfermo -o con los familiares que sufren las consecuencias- como para ir mostrando las piezas de un puzzle y completar la historia de los protagonistas: Yuriko (Mieko Harada), una mujer que fue profesora de piano -quien sufre la demencia- y su hijo Izumi (Masaki Suda).
A Hundred Flowers comienza con un plano secuencia que mezcla líneas temporales y duplica a su protagonista que se persigue a si misma en bucle y es una perfecta presentación de la situación, de la enfermedad de Yuriko. Es la primera película de Genki Kawamura; pero demuestra y no solo en esa escena, un gran control del lenguaje visual. Toda la película está llena de aciertos en la puesta en escena que van mucho más allá del virtuosismo vacío o el lucimiento. Jugando con las ideas de la memoria y el olvido, Kawamura reflexiona sobre la nostalgia y el rencor -dos formas diferentes de recordar- o finalmente sobre el perdón -una manera diferente de olvidar, o de priorizar unos recuerdos por encima de otros- con la tesis de que eso, lo que recordamos y olvidamos, y cómo lo hacemos, es lo que nos hace humanos.
Hay un gran trabajo de interpretación, tanto por parte de los protagonistas Mieko Harada y Masaki Suda, como del resto de secundarios. Aunque Harada a veces tiene que sufrir un exceso de látex para representar sus diferentes edades, algo que Kawamura consigue hacer olvidar desde la dirección.
Aunque Kawamura debuta en la dirección con A Hundred Flowers tiene una carrera de éxito como escritor tanto de novelas, como cuentos y ensayos, sin embargo los mayores “peros” que se le pueden poner a la película -tampoco muy grandes- son ciertos trucos de guión, un final demasiado construido para el efectismo de la traca final. Aunque Kawamura no se esconde y lo viste, literalmente, de fuegos artificiales. Es al conocer el significado de esos fuegos artificiales cuando todo encaja, cuando pisa el acelerador emocional y despliega todos sus trucos. Pero eso son fuegos artificiales, ¿no?