Ricardo FernándezReseña de Le Procès Goldman, de Cedric Kahn
Cédric Kahn, además de su trayectoria como actor, ha dirigido películas Roberto Succo (2001), que fue presentada en la selección oficial del Festival de Cannes, Red Lights (2004) que pasó por Berlinale en 2004. Vida salvaje (2018) que ganó el Premio Especial del Zinemaldia o El creyente que logró un Oso de Plata a la mejor interpretación para su protagonista Anthony Bajon. Esta año nos presenta Le Procès Goldman, película que inaugura la Quincena de Realizadores. Este drama legal, con un estilo que recuerda al cine político italiano y francés de los años 70, nos sumerge en el proceso judicial contra Pierre Goldman, un intelectual, escritor y delincuente francés de extrema izquierda, cuya historia se revela a lo largo del film.
Kahn junto con Nathalie Hertberg, escribe un guion basado en informes periodísticos y entrevistas con los abogados de Goldman. Así, se construye una trama que se zambulle en los preparativos legales de su segundo juicio, revelando poco a poco a un personaje volátil y seguro de sí mismo, lleno de contradicciones, que exaspera a su equipo legal.
Goldman, nacido en una familia de judíos polacos vinculados a la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra Mundial, siempre mostró una actitud rebelde. Se unió a las juventudes comunistas francesas y participó en la guerrilla venezolana. A su regreso a Francia en 1969, fue acusado de varios atracos, uno de ellos resultó en la muerte de dos farmacéuticas. Aunque Goldman asumió su participación en todos menos en ese, fue condenado a cadena perpetua en 1974. Gracias a la popularidad que adquirió tras la publicación de una biografía en la carcel y a la presión de la izquierda francesa, se repitió el juicio, y es justo ahí donde se centra la película.
La mayor parte de la película se desarrolla en el escenario del juicio, y Kahn le da dinamismo moviendo a los abogados por la sala de manera vistosa, aunque no demasiado creíble. También recurre a ciertas composiciones extrañas, una especie de reflejos descolocan el punto de vista y resultan más llamativos que efectivos.
El guion, lo mejor de la película, muestra las contradicciones del acusado y las diferentes formas de afrontar la defensa. Mientras Goldman quiere aprovechar el juicio y convertirlo en un altavoz para su discurso contra el sistema; sus abogados quieren ceñirse al pragmatismo, centrarse en los hechos y luchar por un objetivo más concreto, la inocencia en ese caso concreto. La izquierda y sus luchas internas habituales. Enfrente un abogado de la acusación que pide respeto a las normas pero no duda en saltárselas cuando le conviene. También algo que nos suena.
Arieh Worthalter, en el papel de Goldman, ofrece una interpretación magistral, mostrándonos a un Goldman que pasa de ser un bruto silencioso a un agitador carismático y lúcido. Esta interpretación poderosa nos ayuda a entender cómo Goldman se convirtió en un héroe glamoroso de la izquierda radical.
Con nervio y buen pulso, Kahn muestra un mundo polarizado, con trincheras que jalean a los suyos y no admiten grises en sus comportamientos. Dispuestos a creerese lo que sea necesario para seguir teniendo razón. Y es que no todos los males comenzaron con twitter.
