Sandra RozasThe Island es la nueva película de Damien Manivel –Les enfants d’Isadora-, que se presenta en la sección Zabaltegi de la 71 edición del Festival de San Sebastián, muestra el último verano de un grupo de adolescentes. ¿O es el primero?
La post adolescencia, o adolescencia a secas. Esa época vital tan odiada y amada a partes iguales, tanto por aquellos que la están viviendo como por el resto de los mortales. Esa época vital en la que se vive todo inténsamente, como si no hubiera un mañana, y a la vez como si fuera un ensayo de la vida adulta. Ésto es exactamente lo que nos muestra Manivel en The Island.
Un grupo de post adolescentes franceses se encuentran celebrando la última juerga, y es que a la mañana siguiente una de ellas se marcha al extranjero a ingresar en una universidad. A la vez, se muestran ensayos de rodaje de la misma, mientras la chica nos narra en primera persona sus pensamientos. Cámara en mano, tres líneas narrativas: El ensayo, última juerga y pensamientos de la chica.
No es la primera vez -ni la última, supongo- que vemos en pantalla un juego meta entre la película que estamos viendo y cómo se está rodando ésta a la vez, pero no tal y como lo hace Manivel en The Island, o más bien para qué lo hace. Y es que, ¿qué es la adolescencia tardía si no es un ensayo de lo que va a ser luego tu vida adulta? Y ese ensayo, calculado, teatralizado, forzado por las convenciones del grupo. Fondo y forma de la mano en esta propuesta, sin concesiones al espectador, de Manivel. Los tres planos narrativos se entrelazan constantemente, entorno a ese grupo de amigos, mientras conversan de banalidades, mientras hablan de los sueños por cumplir, mientras juegan o mientras mantienen relaciones sexuales.
La propuesta sonora, entre inquietante y ensoñadora, acompaña esos tres planos narrativos. Dos son las propuestas visuales. El ensayo, foto fría, la película templada. Pero también ambos planos se acaban entrelazando, en trama y forma.
Y The Island termina como empieza, como el ciclo de la vida, o como ese último verano por el que pasan todas las generaciones. O mejor, como ese supuesto último verano que en realidad es el primero de muchos (otros).
