Carlos ElorzaTras una larga carrera como animadora y directora de cortometrajes de animación que la ha llevado por todo el mundo, la donostiarra Isabel Herguera debuta en la dirección de largometrajes de ficción con El sueño de la sultana, el periplo de Inés, una joven donostiarra de veintitantos años, por Madrid, ciudad en la que se crió, Donostia, Roma y sobre todo la India, inspirada en un relato de ciencia ficción feminista escrito en Bengala a principios del siglo XX.
El sueño de la sultana es visualmente fascinante. Refinada y sorprendente. Combinando distintas técnicas de animación para trasladar al espectador a distintos contextos históricos y transmitir los distintos tonos de la película. La mayor parte de su metraje utiliza el estilo de acuarela, dinámico, ligero y volátil, como su protagonista. Para la narración de la adaptación del cuento original que da título a la película utiliza el estilo mehndi, el de los tatuajes temporales de henna, bidimensional, sin juegos de perspectiva, pero exquisitamente detallada en el trazo de sus personajes y de sus fondos. Y para las secuencias en las que se cuenta la vida de Rokeya, en las que la acción se traslada a principios del siglo XX, se utiliza la técnica de recortables, simulando el teatro de sombras tradicional de la India. El juego de texturas, de colores, de luces y de sombras es deslumbrante. Pero no sólo la animación, la puesta en escena, la planificación y el montaje funcionan a la perfección en El sueño de la sultana.
Pero desgraciadamente todo ese refinamiento, ese talento y esa sofisticación están al servicio de un guion muy pobre. El periplo de la protagonista resulta arbitrario y caprichoso, los encuentros con los distintos personajes forzados, los diálogos artificiosos y la tensión dramática inexistente. Todo parece dirigido a encajar y hacer llegar al espectador el mensaje feminista en contra de la discriminación de la mujer en la India y en todo el mundo y a favor de la extensión de la educación especialmente a las mujeres. El sueño de la sultana es de esas películas que por muy de acuerdo que uno esté con el mensaje que quiere transmitir, lamenta que lo haga de forma tan tosca y torpe. Las apariciones de personajes reales como Paul B. Preciado y la historiadora Mary Beard parecen forzados para colocar su discurso. Las conversaciones suenan declamadas y la voz en off que ejerce de narradora plana.
El gran mérito de El sueño de la sultana es que un texto y un armazón dramático tan burdos y vulgares, aunque vayan cubiertos del exotismo de la India y del supuesto espíritu cosmopolita de su protagonista, hayan inspirado un espectáculo visual y un mundo sonoro tan ricos, sugerentes y sofisticados que invitan a la ensoñación y a dejarse llevar a mundos cautivadores.
El sueño de la sultana es un festín para la vista, una invitación irresistible para visitar la exposición que sobre el proceso creativo de la película se muestra en Tabakalera, pero desgraciadamente su empeño en hacer llegar su mensaje de forma tan simple y elemental acaban por neutralizar la fascinación que logran las imágenes.
