Joachim Lafosse (Después de nosotros, Perder la razón) nos trae aquí un caso que parece sacado de una película de crímenes escabrosos de Netflix. Sin demasiado que aportar. Eso sí, rodado con mucha más calidad.
Inicia los créditos con un largo plano en coche en el que ya nos adelanta cuál va a ser el recurso formal predominante en toda la película. La profundidad de campo está limitada para que tengamos en foco la cara angustiada de la protagonista, una convincente Emmanuelle Devos, a través del retrovisor. Las calles por las que transita el coche está fuera de foco y solo las intuimos. No son importantes. Lafosse va a centrar su historia en el drama que está viviendo la familia y todo lo que ocurra a unos metros más allá de los personajes es escenario prescindible. No interesa el argumento y sus repercusiones si no es para incidir directamente en los personajes.
El problema es que tampoco hay un arco dramático muy conseguido en los personajes, que se limitan a sufrir la tragedia, sin apenas evolucionar, siguiendo un camino marcado (nos adelantan el desenlace en la segunda escena). No se vislumbra ningún discurso, abierto o cerrado, sobre algunos temas que se tocan tangencialmente. La pedofilia, la prensa, la judicatura… Todo aparece como el fondo: desenfocado. Tampoco termina de centrarse en lo que parece indicar el título: los problemas de los silencios en la familia. Un tema muy usado pero que si se hubiera desarrollado más podría haber dado algún fruto.
Nos queda una película bien rodada, bien interpretada por Devos y por Daniel Auteuil -no tanto por un limitado Matthieu Galoux que no sabe ni hacerse el borracho- y con una selección musical excelente que cuenta con temas de Jóhann Jóhannsson, Olafur Arnalds o Hania Rani. Pero en su desarrollo, una anodina anécdota de crimen más.