Ricardo FernándezReseña de Los que se quedan, de Alexander Payne
Los que se quedan (The Holdovers) es la última película dirigida por Alexander Payne tras el patinazo de Una vida a lo grande (Downsizing) y representa un retorno a sus mejores virtudes y características. Un estilo de cine muy reconocible que, esta vez sí, destila sus mejores esencias. Ambientada en las navidades de 1970 en Barton, un prestigioso internado americano pura representación de la América WASP, la película sigue a Paul Hunham (interpretado de manera magistral por Paul Giamatti), un cascarrabias, solitario y malhumorado profesor de historia antigua que se ve obligado a quedarse en el campus durante las vacaciones de Navidad para cuidar de un grupo de estudiantes que no tienen a dónde ir.
La premisa evoca claramente a películas de los años 70 y 80, pero se desarrolla más allá de la comedia ligera y el cliché, y se convierte en un estudio profundo de personajes complejos y realistas. Payne logra un equilibrio perfecto entre los momentos cómicos y dramáticos, a veces dentro de una misma escena, con un estilo que nos recuerda además de a su propio cine al de Hal Ashby, ya que hablamos de los años 70.
En Los que se quedan, el profesor Hunham está acompañado por personajes tan ricos en matices como Angus, un estudiante problemático pero inteligente interpretado por el prometedor debutante Dominic Sessa (atentos a este actor) y Mary Lamb, la jefa de cocina que se enfrenta a la reciente pérdida de su hijo en la Guerra de Vietnam, encarnada por Da’Vine Joy Randolph. El guion de David Hemingson aprovecha estas figuras para explorar profundamente elementos como la pérdida, el aislamiento, la conexión humana y las dinámicas de poder y clase. Todo esto presentado con una mezcla equilibrada de humor y seriedad, evitando caer tanto en la sensiblería como en la comedia alocada. La habilidad de Payne para capturar la complejidad emocional de sus personajes se complementa con un reparto excepcional, profundizando en la experiencia humana de personajes que aprenden -y enseñan- a partir de sus errores en un ambiente cerrado y elitista que añade una interesante perspectiva sobre los privilegios de clase.
Payne es claro desde el principio al mostrar el tipo de cine que evoca. Desde la cortinilla clásica de Universal a la pantalla de la clasificación por edades de los años 70, pasando por la fotografía desaturada de Eigil Bryld y la banda sonora compuesta por Mark Orton -además de la selección de canciones- todo está pensado para crear una atmósfera inmersiva que nos transporte directamente a principios de los años 70. Pero no lo hace tanto como un ejercicio de nostalgia o de idealización del pasado, sino como una herramienta para enfatizar el tono humanista y despojado de cinismo de la película. Simplemente, la película encaja mejor en esa época que en el presente.
Los que se quedan es una película que parece sencilla, pero no lo es. Es Alexander Payne mostrando la complejidad de las relaciones humanas y la importancia de encontrar la conexión en medio de la soledad. Es una película que encantará a los fans de Entre copas, Los descendientes o Nebraska.
