Reseña de Segundo premio, de Isaki Lacuesta
Los Planetas, como tantos músicos, comenzaron en Granada inspirados por bandas anglosajonas como Sonic Youth o Pixies, grabando maquetas en sótanos en una época -principios de los 90- en la que la escena indie española era escasa, siendo generosos. Hoy, cuatro décadas después, Los Planetas son un referente; su imagen ha superado la de grupo bandera del indie español, con una influencia incuestionable y un legado que va más allá de la música.
Aunque Jota y Florent, los dos fundadores que quedan en el grupo, llevan tiempo trabajando en proyectos en solitario, el legado de Los Planetas sigue creciendo, demostrando que Los Planetas son ahora más que una banda; son una parte fundamental de la cultura pop española. Como muestra, en 2024 celebran 30 años de su primer álbum, Super 8, con una gira especial y se ha estrenado la película Segundo premio, dirigida por Isaki Lacuesta, centrada -o no, ya veremos- en otro hito importante en su carrera: la grabación de Una semana en el motor de un autobús. Una película que, por cierto, ha ganado la Biznaga de Oro en Málaga.
Yo, permitidme hablar en primera persona, era adolescente en aquellos años. Aunque nunca fui demasiado fan de la banda, siento que hay canciones suyas que están tan pegadas a mis vivencias de entonces, tan pegadas a mí, que jamás me voy a poder desprender de ellas. Primero, porque entre mis amigos había muchos muy devotos -nada raro en la época- y, segundo, porque era inevitable escapar de ellos en determinados ambientes -que eran mis ambientes-. Los Planetas, más allá de si te gustaba su música, hacían canciones con rabia, con frases que -cuando se entendían o se leían en los libretos del CD- se quedaban grabadas en la cabeza de cualquier adolescente con el corazón roto, con sentimiento de incomprensión o de rebeldía. “¿Qué puedo hacer si después de tanto tiempo no te dejo de querer?”, “Hoy no quiero ser yo”, “Aunque juré que nunca más, me acerco hasta el servicio a que me pongan otra”, y así.
Entonces, ¿es Segundo premio una película para fans de Los Planetas? O mejor dicho, ¿es solo para fans de Los Planetas? No, rotundamente no. Porque más allá de que cada generación tenga sus mitos y leyendas, estas suelen parecerse bastante en lo básico. Y esta no es una película sobre Los Planetas, sino sobre su leyenda. La leyenda de un grupo que lucha por sacar una obra maestra entre tensiones amorosas, drogas, egos y amistades a punto de romperse. Una historia atemporal y universal. Dicen que El Quijote provoca diferentes emociones -risa, reflexión o pena- según la edad con la que lo leas. Supongo que la historia de un grupo de jóvenes, rebeldes y apasionados, que quieren triunfar haciendo las cosas a su manera aunque la gente mayor les diga que eso no es así, puede ser inspiradora, provocar nostalgia o, incluso, cierta gracia, dependiendo ya no tanto de la edad como del estado de nuestra batalla contra el cinismo. En cualquier caso, una historia tejida con hilos que todo el mundo entiende, más allá de la historia concreta de Los Planetas.
A Isaki Lacuesta le gusta mucho cambiar de estilo, como si en cada película fuera él quien canta aquello de “hoy no quiero ser yo”; pero si algo suele caracterizar a su cine es su idea de transitar por la línea que separa ficción de no ficción. En esta ocasión, debido a problemas de salud de su hija, Lacuesta tuvo que compartir la dirección con Pol Rodríguez. Si a eso le sumamos que este proyecto lleva más de siete años gestándose y que Jonás Trueba, quien lo iba a dirigir en un principio, abandonó cansado y desanimado por un proyecto que no terminaba de arrancar -siguió vinculado al proyecto como productor- es fácil imaginar que tanto Isaki Lacuesta como el guionista Fernando Navarro encontraron similitudes entre la historia del grupo granadino preparando el disco con la del propio proceso de creación de la película. Con tensiones por lo que Los Planetas querían y los cineastas hacían -se intuye en las entrevistas que los granadinos no lo pusieron fácil-, abandonos, luchas e ideas propias. Isaki Lacuesta, como Los Planetas, no renuncia a sus ideas, tampoco a sus ganas de triunfar.
Fernando Navarro y Lacuesta decidieron desde el principio no hacer un biopic convencional. El suyo fue un enfoque intencionalmente no realista. «Una película sobre la leyenda del grupo, no sobre su historia real, porque es imposible saber cuál fue«, según el propio director, basada en hechos probados, recuerdos diferentes según a quién preguntes, leyendas que nadie sabe o recuerda y detalles inventados. Les resultaba más interesante explorar «la idea de personajes mitológicos» del grupo que los hechos verídicos. Por eso en la película no se dicen los nombres reales de los miembros de la banda, salvo el de May, la bajista que se fue. Los personajes son referidos como El cantante, El guitarrista o El batería, algo mucho más evocador y universal; aunque los que conozcamos la banda sepamos que son Jota, Florent o Eric. Es la esencia de Segundo Premio: una polifonía que mezcla la realidad y la fantasía, una exploración de las complejidades y tensiones de la creación artística y las relaciones. La fotografía de Mauro Herce, con su textura y los cambios de tonalidad e iluminación imprevistos, ayuda a combinar la sensación de realidad y sueño. Mientras que Isaki Lacuesta es capaz de hacer pasar la película de un control en un aeropuerto a un avión discoteca abandonado en un descampado con la misma facilidad con la que utiliza reflejos e imágenes superpuestas que representan la íntima unión de los personajes y el estado onírico en el que se encuentran.
El reparto de Segundo premio realiza un buen trabajo. Compuesto en su mayoría por músicos granadinos que aportan autenticidad y realismo a la película. Daniel Ibáñez, El cantante, no es un músico profesional, pero cuenta con los conocimientos musicales suficientes como para desempeñar su papel con credibilidad y fuerza. En el otro extremo, Mario Fernández (Mafo), es el batería de Pájaro Jack, una banda granadina que ha compartido escenario y giras con Los Planetas. Son los propios actores quienes interpretan y tocan las versiones de las canciones de Los Planetas, añadiendo una capa adicional de realismo y conexión emocional. Las canciones, por cierto, aparecen subtituladas, casi como en un karaoke. Imagino que hace 20 años la proyección se hubiera convertido en eso, en un sing-along. Igual en proyecciones más llenas y con un público concreto -y menos donostiarra que yo- puede darse ese efecto todavía, porque Los Planetas son una leyenda. Igual solo en determinados círculos, pero lo son.
Eso sí, las leyendas cambian, los mitos se revisan y toda esa mística que se construyó en torno al corazón roto de Jota interpretando las letras de sus canciones adquiere un nuevo significado tras ver la película. ¿Y si las letras no estaban destinadas a quien creíamos entonces? Así son las leyendas, nunca se sabe qué es verdad y qué no, pero cada uno extrae su moraleja.