Reseña de Los destellos, de Pilar Palomero
Los destellos, la nueva película de Pilar Palomero, llega tras su arrolador debut con Las niñas y una La maternal que no cumplió del todo las expectativas generadas por su ópera prima. Después de dos películas centradas en personajes muy jóvenes, con la mirada puesta en el futuro, Palomero cambia el foco para adentrarse en la vida de una mujer adulta que arrastra su pasado y debe lidiar con la muerte de una persona cercana: su expareja y padre de su hija.
Esa mujer es Isa (Patricia López Arnaiz), y el exmarido es Ramón (Antonio de la Torre). Completan la ecuación Madalen (Marina Guerola), su hija y Nacho (Julián López), la actual pareja de Isa. La película nos desgrana esta información poco a poco, generando la sensación de que algo no va bien, pero sin explicarlo del todo. Todo es muy civilizado; no hay grandes dramas ni fuertes discusiones, pero sí se perciben las diferencias, decepciones y tensiones, tanto presentes como pasadas.
Isa se encuentra en una posición incómoda. La relación entre ella y Ramón es complicada, pero si quiere ayudar a su hija, tiene que cuidar de él. Por otro lado, Ramón forma parte de su pasado, y es difícil presenciar el sufrimiento de alguien cercano a quien, sin duda, quisiste. La hija necesita apoyo, pero ¿hasta qué punto tiene derecho a demandarlo? Nacho es comprensivo, pero ¿hasta dónde soportará que Isa se centre en su pasado y no en su presente o su futuro? Y, sobre todo, ¿cómo disfrutar de la vida cuando la muerte es inminente? Todas estas contradicciones y problemas que tiene, de una manera u otra, la vida de cualquiera.
Pilar Palomero plantea todos estos conflictos sin histrionismos ni grandes dramatismos, apoyándose en los silencios y las miradas. Muestra reacciones y pequeños diálogos con más trasfondo que palabras. Es en esos momentos cuando la película brilla y despega. Sin embargo, es una pena que rompa esa apuesta en un par de ocasiones, como si no confiase en que el público va a entender lo que muestran las imágenes. Por ejemplo, no era necesario el monólogo del sanitario de paliativos explicando la situación -explicando la película en realidad-; se siente como una muestra de inseguridad en una narrativa que apuesta por la sutileza, los silencios y el fuera de campo. Ese discurso está más dirigido al público que al personaje.
La fotografía de Daniela Cajías —colaboradora de Palomero en Las niñas y de Carla Simón en Alcarràs— es excelente, tanto en los espacios abiertos como en los cerrados. Los luminosos espacios abiertos que simbolizan futuros y recuerdos por construir, fotos nuevas que tomar y objetos nuevos que recoger aunque quede poco tiempo. Espacios que contrastan con los oscuros interiores que cargan con el peso del pasado. Incluso cuando no se trata del pasado propio, cuesta desprenderse de él. Isa quiere reconstruir un antiguo maset y darle más luz, pero a la vez desea conservar ciertas cosas que reflejen lo que allí sucedió. Si es difícil desprenderse del pasado ajeno, mucho más del propio, y la cámara de Palomero se encarga de que percibamos el peso de esas baldas. Por eso resulta innecesario que lo verbalice en cierto momento. Una película que muestra la tristeza sin necesidad de lágrimas, no necesita esos subrayados.
Para realizar una película como esta, tan poco discursiva en su mayor parte, es necesario contar con un reparto a la altura. Dado el tono de la película, puede sorprender la elección de Patricia López Arnaiz, una actriz que nos tiene acostumbrados a ir siempre con el ceño fruncido y el acelerador pisado a fondo, que más que por matices busca construir sus papeles por arrollamiento. Sin embargo, en esta película despliega una variedad de registros y una contención que, seguramente, hacen de este su mejor trabajo. Antonio de la Torre, en cambio, no siempre consigue sostener su papel como López Arnaiz y a veces parece unas revoluciones por encima de sus compañeros.
Mención especial merece Marina Guerola, todo un descubrimiento en su debut en la gran pantalla. Su actuación desprende una naturalidad y credibilidad extraordinarias. Tampoco podemos olvidarnos de Julián López, que aporta cierto desahogo cómico en algunos momentos pero construye un personaje con pocos minutos de presencia pero mucha importancia, muy alejado de sus registros habituales, y lo hace de forma sobresaliente.
Comenzábamos diciendo que el cine de Pilar Palomero ha pasado de estar protagonizado por niñas que miran al futuro sin cargas a una mujer que intenta mirar al futuro mientras lidia con el pasado. Eso, seguramente, sea madurar. Y la madurez le ha sentado bien al cine de Pilar Palomero. Ahora solo falta que pierda el miedo y lleve sus apuestas hasta el final.